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Me odiarán pero... ay ¡Feliz cumpleaños a Alex!

Era una suerte que ya no tuviera que irse a ningún otro lugar del mundo —a no ser que quisiera— y estuviera ahí, en Londres, disfrutando de los días más calurosos del año con ella. Eleanor se despertó esa mañana en su departamento con unos leves golpecitos en su puerta principal, era domingo y no esperaba visitas, tampoco tenía planes y quizás terminaría saliendo con Alex a algún parque a tomar fotos, hablar de ñoñerías, comer como si no hubiera un mañana o algo por el estilo, era lo que hacía todos los domingos junto a él desde que había vuelto.

Y habían pasado exactamente tres desde que volvió.

—Voy —soltó en voz alta para que el visitante tuviera paciencia. Bostezó y se levantó de la cama con pereza, sin molestarse en cambiar su pijama por algo más decente, pues este consistía en una camiseta amarilla, vieja y desteñida, con un estampado de pulp fiction en ella y un agujero en un hombro; como era mucho más grande que ella se adaptaba perfectamente como pijama pues cubría su ropa interior y le permitía dormir fresca en aquellas noches de calor en la ciudad.

Caminó descalza hasta la puerta y la abrió, ocultándose tras ella para mirar al visitante.

—Madre de dios —exclamó mientras Alex reía afuera, sintiendo que exageraba demasiado, contemplando cómo se ocultaba tras la puerta hasta el punto de solo poder verle la cabeza, el cabello desordenado y los ojos dormidos, nunca podía lucir mal a sus ojos.

—Buenos días —miró su reloj—. Quiero decir, tardes —se corrigió—. Es más de mediodía y luces como si recién estuvieras despertando, ¿Te desperté, linda?

Eleanor se rascó la cabeza y su mirada se dirigió hacia el brazo izquierdo de Alex, oculto tras su espalda.

—¿Te pica la espalda? ¿Te ayudo? —murmuró omitiéndolo.

—No me pica… demonios, déjame pasar, nunca he conocido donde vives y es justo que me dejes pasar ahora.

—¡Una persona no llega a exigirle a otra entrar en su vivienda así como así, Alexander!

—¿Vamos a pelear porque no soy bienvenido aquí? Estoy comenzando a ofenderme, fotógrafa —la incitó.

—Y yo a querer patearte el trasero de vuelta a tu apartamento —la ojiazul frunció el ceño, divertida y luego abrió un poco más la puerta—. Anda, entra antes de que me arrepienta.

—Está bien, te ganaste esto por ser tan amable —murmuró el vocalista cargando su voz de ironía y reveló el por qué tuvo su mano en su espalda todo el tiempo.

Un hermoso ramo de calas blancas.

—¡Hey! —ella lo recibió maravillada y lo miró buscando explicaciones.

—Bueno, el otro día cuando hablamos sobre aquel pintor latinoamericano, Diego Rivera, y me dijiste que te gustaban mucho las flores que tanto pintaba supuse que te gustaría tener unas en vivo en tu apartamento así que las compré —Alex se encogió de hombros.

—Están preciosas, Al —ella tocó la suave textura de una de las flores y fue a buscar rápidamente un florero y agua—. Pasa, estás en tu casa —soltó antes de desaparecer por la puerta de la cocina.

Alex no la escuchó, estuvo demasiado perdido en sus piernas desde que la vio caminar frente a él y se dio cuenta de cómo andaba vestida. Solo cuando ella desapareció de su vista se dio cuenta de que tenía la boca ligeramente abierta y una expresión impagable en el rostro, podía apostar.

Avanzó hasta el pequeño sofá que tenía la chica frente a su televisor y se dedicó a observar todo con curiosidad hasta que Eleanor volvió a aparecer en su radar y dejó caer su cabeza hacia un lado viéndola.

The sky is a scissorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora