Como odiaba el verano con ese trabajo. A pesar de preferir el calor que el frío, en la hípica se hacía insoportable. Pantalones de montar, calcetines altos por encima, botas y casco daban un calor ahogante.
Estaba sola ya que era un trabajo que requiere el 95% de tu vida, cada día de mañana y tarde y lo peor los fines de semana incluidos. Solo tenía fiesta los domingos por la tarde y lunes completos.
Ese día iba a llegar un nuevo compañero o compañera para ayudarme a dar clases y domar a los caballos ya que el antiguo tuvo que marcharse por falta de tiempo, quería dedicarse a su familia.
Mi jefe un hombre de 47 años, era como mi padre, me quería muchísimo ya que llevaba allí unos 8 años, en esos momentos yo ya tenía 20.
Su nombre: Ricardo.
Eran las 10:30 de la mañana y mi nuevo compañero aún no había dado señales de vida.
Hacía demasiado calor y ya había montado dos caballos, así que decidí ir al bar a tomarme un café con hielo. Allí estaban ellos esperándome como siempre.
─ Buenos días por la mañana. –saludé de manera alegre.
─ Buenos días princesa. –me dijo el camarero que se llama Oscar.
─ ¡Ay mi niña que alegre esta hoy!. –dijo la mujer de Oscar, Lorena.
Eran mi familia, mi segunda familia. Esa que escoges y quieres el resto de tu vida como a la tuya propia. Siempre estaban pendientes de mí y de todos los que estábamos por allí.
─ Pues si Lorena, hoy por fin tendré a alguien con quien hablar mientras trabajo. –comenté feliz.
─ Ah es verdad que hoy viene la chica del otro día. –dijo mirando a Oscar.
─ ¿Entonces la conocéis? –estaba completamente intrigada.
─ Sí, era una chica morena la verdad que muy guapa. –comentó Oscar-. Se la veía muy dulce como que nunca había roto un plato.
─ Nooo va por favor yo quería que viniera alguien fiestero y diera caña a mis días. –comenté haciéndome la loca.
─ Creo que eso tendrá remedio. –esa voz no la conocía... Deduje que era ella pero no me atrevía a dar la vuelta, sentía algo vergüenza.
Me di la vuelta poco a poco mientras miraba como Lorena y Oscar se reían por lo bajo de mi comentario. Como tenía la cara agachada empecé a ojearla desde abajo. Llevaba unos pantalones beis de montar con una camiseta de tirantes blanca en la mano llevaba la bolsa donde había la forma de las botas. El pelo recogido, fui en busca de sus ojos, para mí los ojos lo decían todo de una persona, eran azules, tan claros como los de un Husky.
ESTÁS LEYENDO
La Amazona
Romansa¿Es cierto que del amor al odio hay un paso? ¿Y es posible a la inversa? Una compañera de trabajo, fría como el hielo me pondrá la vida del revés, pero un vaquero recién llegado buscara contrastar su frialdad dándome calor. ¿Qué es mejor un calor so...