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—(••÷[ ♠️ ]÷••)—

No volví a saber de Duncan en los siguientes días.
Y un sentimiento abstracto me invadía.

Desde que tengo memoria, no había pasado un sólo día sin que él estuviera a mi alrededor.

Se sentía tan extraño vivir así: No podía saborear la libertad, porque estaba seguro de que en cualquier momento, aparecería de nuevo.

Él regresaría, y me haría cosas horribles.
Me torturaría; me quitaría todo y lo haría añicos.

Al pensar en eso, casi me arrepentí de haberlo retado de esa forma.

La ansiedad me llenaba los pulmones cada vez que respiraba, y sus asquerosos 'Tic Tac' me hacían sentir escalofríos cada segundo en que imaginaba cómo sería su regreso.

Las pesadillas nocturnas no hicieron más que empeorar.
Me despertaba llorando, gritando, pidiendo auxilio. Tristán corría a mi habitación, pero no ayudaba en nada; Duncan estaba arraigado a mí, a cada célula en mi cuerpo, cada pensamiento, se aferraba a mi vida al punto de hacerme daño.

Los primeros recuerdos que tengo de él, son de cuando era un niño pequeño, y pensaba que estaba ahí para ser mi amigo.

Hasta que con los meses empezó a comportarse como lo que era: Un ente desgraciado.

Hacía cosas terribles, y me culpaba a mí; comenzó asesinando animales, y luego empezó a herir a otras personas.
En algún punto empezó a hacer lo mismo conmigo.
Me empujaba, me arañaba, me golpeaba.

Me hacía ver cosas atroces que preferiría no describir.
Accidentes, atentados, abusos, secuestros, asesinatos.

Duncan siempre estuvo ahí para hacerme saber que el mundo era dominado por el sufrimiento.

Y luego ese sufrimiento me lo provocó a mí.

Mis padres me llevaban con diferentes especialistas, y ninguno pudo explicarlo del todo, hasta que un día se rindieron.

Al principio intenté explicarles quién era Duncan, pero no tenía caso; ellos no podían verlo, escucharlo, o sentirlo.

Para esos momentos, ya no solamente veía a Duncan.
También podía percibir los recuerdos que dejaban las personas fallecidas, y eso me aterraba en algunos casos, y en otros, me llenaba de honda tristeza.

Al pasar por algún callejón podía ver el recuerdo de cómo había muerto de hambre algún pobre vagabundo, o de cómo murió alguna persona ultrajada.

Era imposible deshacerme de Duncan y de esas visiones, y un día, me decidí a acabar con el tormento:
Tenía sólo ocho años cuando intenté suicidarme.
Ese día me decidí a cortar mis venas, costase lo que costase.

Fui llevado al hospital de emergencia; y me salvaron la vida que tanto me había esforzado en quitarme.

Estaba devastado, destrozado. ¿Por qué no podía vivir como un niño normal? ¿Por qué tenía que presenciar cosas tan terribles? ¿Por qué Duncan me obligaba a decidir entre dos personas, quién moría y quién no?
¿Por qué yo? ¿Qué había hecho para merecerme algo así?

Y luego, días después de eso, mientras estaba camino de regreso a casa, sucedió el accidente.

Duncan lo hizo, fue culpa suya, quería castigarme, como siempre.

"Tu vida me pertenece, Crowey, jijiji, no puedes morir hasta que yo lo diga" me advirtió después.

Durante el funeral, le prometí a Duncan que haría lo que él me dijera; con la condición de que no volviera a meterse con mi familia.
Pero rompió su promesa, ¿Por qué no iba romper yo la mía?

Después de años de humillaciones y abusos, de terror, culpas y remordimientos, no iba a detenerme.

Por eso fue que lo desafié.

Y ahora que estaba desaparecido, sabía que contraatacaría con todo lo que tuviera: tenía que estar preparado.

Me palpé con cuidado las heridas en el pecho y vientre; aún me dolían.

Sonó la campana.
Las clases acababan de finalizar.

Como siempre, no me apresuré en salir, y esperé a que profesores y alumnos se hubieran marchado.

Todos siempre me parecieron seres miserables: pensando que sufrían y que sus problemas eran graves.
Llorando por pequeñeces.
Los evitaba, y ellos me evitaban a mí, porque les daba miedo.

Pasaron los minutos, y la única figura que no se marchaba delante de mí, se cubría el rostro.

Me levanté para irme, sin darle mayor importancia, ¿Qué merecía importancia, que no fuera mi familia?, pero en ese momento, se quitó la capucha de su sudadera gris. A sus costados dejó caer unos cuantos de sus cabellos marrones.

Sollozaba; lanzaba algunos lamentos. Parecía lo que se describe como un alma en pena.

Desplazó su mirada suplincante hasta mí; era Annabelle Lee.

La inepta, cruda, indiferente y oscura Annabelle Lee.

Sus ojos túmidos y acuosos demostraban terror; transimitiéndome un sentimiento funesto e invasivo.

Se tratase de lo que se tratase, no quería saberlo.

Pero eso no importaba en la vida real. Nada que yo pensara o deseara importaba. Es por eso que suplicante, ella me dijo:

—Crowe...

ayúdame por favor—

—(••÷[ ♠️ ]÷••)—

Los rosales de CroweDonde viven las historias. Descúbrelo ahora