Los rosales de Crowe

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Crowe Wolf
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¿Alguna vez has sentido que eres diferente a los demás?
Sí; esa duda que se arrastra por tu pecho, en busca de tus debilidades para repetirte que estás desolado.

¿Alguna vez has deseado morir, pero por más que quieras, no puedes hacerlo?
Justo como cuando piensas que lo mejor que puedes hacer es acabar con tu vida, y pones toda tu fé en que eso aliviará tu dolor, pero no puedes morir, algo te retiene.

¿Alguna vez te has sentido esclavo de algo, o de alguien?
Cuando estás atado a la expectativa, exigencia, al deseo.
Cuando quieres romper las cadenas, y te arrastras por el suelo, llenándote de mugre, rompiéndote las uñas e hiriéndote en vientre con las rocas puntiagudas, pero eres arrastrado de regreso por la fuerza, y todo tu dolor fue en vano.

Si alguna vez has sentido algo semejante, aunque sea en lo más mínimo, entonces tendrás una vaga idea de cómo he existido en la realidad todos estos años.

Ciertamente, en ocasiones me veo forzado a tomar decisiones que terminan dejando una marca para siempre.

Y la carga de esas decisiones pesa.
Pesa como llevar un cadáver a cuestas.

No es cualquier cosa.
Se trata de hacer la elección más sabia, jugar con el destino, y escoger una persona que más sufrirá.

Sin duda este trabajo no todos pueden llevarlo a cabo.
No todos podrían soportarlo.

Y me incluyo.

Es inútil preguntarse cosas como:
"¿Qué es la muerte?, ¿Es un estado físico? ¿Espiritual?"
Porque, a ciencia cierta, nadie puede describirlo del todo, ni siquiera yo.

Desde que tengo uso de razón, a mí alrededor flotan las desgracias, porque puedo ver -y hacer- cosas que las demás personas no.

Generalmente, cuando jóvenes de mi edad hablan de fantasmas, se refieren a ellos como almas que libera un cuerpo al morir.

Yo sé que están equivocados.
¡Son tan ingenuos!
Los fantasmas no son algo con lo que se pueda interactuar.
No pueden verse, olerse o tocarse.
En realidad, los fantasmas ni siquiera existen. Todo se trata de los recuerdos que quedan de la persona fallecida en cuestión.

Y esos recuerdos sí los puedo ver.

Cuando murió la abuela, mi padre solía pensar que su espíritu seguía en casa.
Hablaba con ella como si estuviera ahí.
Cuando algún objeto se movía sólo, o de repente nos llegaba el aroma de su perfume, papá decía "el alma de la abuela se está manifestando".
Pero yo lo corregía: "Los recuerdos de la abuela, querrás decir".

Él me miraba como se mira a un loco.

Todos me miran como se mira a un loco.

Me observan, me juzgan, y todo eso sin saber, que yo hago lo mismo con sus vidas.

Ellos lo hacen por diversión, o temor, yo lo hago porque es lo que tengo que hacer; es mi trabajo, es a lo que me han condenado.

Mi nombre es Crowe, y desgraciadamente, soy un esclavo de la muerte.

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