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Memorias olvidadas de Crowe

-¿Estás bien?- preguntó la vocecilla de Annabelle, mirando a su amigo tendido sobre el suelo.

Crowe asintió, levantándose mientras se sobaba el raspón que se había hecho al caer.

-Persigamos a esos imbéciles- se rió ella, haciendo una mueca.

Es probable que en aquel momento, Crowe estuviera preguntándose en dónde había escuchado semejante palabra su amiga.

Pero no importaba, le agradaba la idea de lastimar a esos niños que tanto daño le habían hecho a él, y a su querida, preciada, y dulce Ann.

A Duncan también parecía gustarle la idea.

-Tic Tac, jiji, niños imbéciles, Tic Tac- se reía el ente, dando vueltas en el aire.

Ambos niños se echaron a correr tras los otros, quienes iban en bicicleta.

Pero no podían alcanzarlos.
No obstante, no estaban dispuestos a rendirse en su empresa.

El algún momento, quizá por azares del destino, a uno de ellos se le atravesó una roca en el camino, haciéndolo perder el equilibrio, y caer de su bicicleta.

Los otros se detuvieron a ayudarlo, y entonces...

Una roca le dió a uno de ellos en la espalda.

El chico se volteó, adolorido y vió a sus antiguas víctimas atacando.

La lluvia de pequeñas piedrecitas estaba haciendo estragos con los tres niños abusadores, y ya no estaban dispuestos a soportar más.

El líder, un niño alto y corpulento, completamente rubio, y con un terrible carácter, fue el primero en reaccionar ante los golpes de las piedras, lanzadas con la ira de dos pequeños que habían sufrido de sus maltratos por un par de años.

-¡Ya basta, gordinflona!- Le gritó a Annabelle, acercándose a ella con el puño cerrado, y la completa intención de golpearla, quizá, hasta que ya no pudiera levantarse más.

Pero Annabelle no se detuvo, y con todo el coraje, le lanzó una piedra directamente al rostro.

Aquel impacto apenas hubiera bastando para dejarle un moretón, sin embargo, Duncan, quien no estaba dispuesto a perderse la diversión, actuó en favor -o desgracia- de Crowe y Annabelle.

El chico cayó al suelo, desmayado.
Sus compañeros se horrorizaron, y huyeron despavoridos.

-Tic Tac, jijiji, carne fresca- se mofaba, extendiendo sus manos hasta él sus pútridas manos.

Crowe sabía lo que estaba por suceder, y, aunque Annabelle no fuera capaz de ver a Duncan, sí podría ser testigo de lo que le sucediera a Brendan, el abusador inconsciente.

Ahorrándole una mala experiencia, que difícilmente olvidaría, le pidió inmediatamente que se marcharan, asiéndola de la mano con fuerza, y alejándola de la escena tan pronto le fuera posible.

Los rosales de CroweDonde viven las historias. Descúbrelo ahora