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—(••÷[ ♠️ ]÷••)—

Annabelle Lee.
Imposible que me interesara siquiera en sus problemas.
Cualquier cosa que necesitara, yo no era la persona adecuada para ayudarla.
Es por eso que sin más, en ese instante le dije que no.

Así seco, cortante, sin oportunidad de flaquear.
Era una negativa cerrada; mí negativa.

Pero a ella no parecía importarle mi señal, era como aquel insecto del que intentas deshacerte sin éxito:
—¿Por qué no, Crowe, por qué?— rezaba implorante.

No le dije nada.
Tan sólo me dirigí a la salida del aula.
Y ella se quedó atrás, buscando una explicación con la mirada.

Las últimas personas ya estaban retirándose, y otros llegaban a sus clubes deportivos.

Empecé a caminar en dirección a la calle, para volver a casa y olvidarme de cualquier asunto.
Un único anhelo se formaba en mí; y era mi frasco de pastillas somníferas.

"Ah, lo olvidaba.
Hoy iremos a visitar a mamá" recordé de repente, arruinando mi plan.

Pero más allá de eso, a la lejanía escuché el grito femenino de aquella molestia, siguiéndome:

—¡Eres el único que sabe de estas cosas, Crowe! ¡Tengo que decírtelo, así que, detente ahí, y ayúdame, pedazo de insensible!— reclamaba Annabelle desde lejos.

Los pocos estudiantes que quedaban en el lugar clavaron su mirada en nosotros, seguramente pensando que los 'raros' estaban peleando.
Por supuesto que no me detuve.

Si era algo sobrenatural a lo que ella se refería, entonces no quería saber nada del tema, y si era cualquier otra cosa, mi ayuda le sería inútil; nunca fui bueno en nada más, nunca supe o conocí otra cosa que no fuera lo que Duncan quería, entonces no tenía por qué escucharla.

Para mi sorpresa, ella no dejó el tema ahí; sino que corrió hasta alcanzarme, tiró de mi hombro con brusquedad, y me acorraló entre una pared, sujetándome con fuerza bajo la amenaza de golpearme.

Yo le sacaba bastante estatura, pero Annabelle era, sin duda, ganadora en la fuerza bruta.

—¡Escúchame bien, Crowe!— Gritó, aún con los ojos acuosos y escurridos, aferrándose a mi playera con fuerza, y apretando los dientes.
—Esto es serio, ¡Es demasiado serio, maldita sea!— dijo aflojando su agarre, y apartándose un poco.

Finalmente cedí, ante la situación, y emití sun sonidito indicándole que hablara.

Me soltó, moqueando.

—Qué asco— murmuré.

Con las mangas de su blusa negra procedió a limpiarse; y luego, dedicándome una mirada fría e hiriente, dejó caer sobre mí el peso de unas palabras que robarían mi tranquilidad por el resto de la semana:

—Tengo un mensaje de Duncan— escupió.

No supe qué pensar.
¿De Duncan?
¿Ella sabía quién era Duncan?

—No ha dejado de atormentarme, ¡Incluso me hizo esto!— lloró, levantándose una manga hasta el codo.

Aterrado por la idea; contemplé las marcas de horribles hematomas en su pulcra piel pálida, e incluso algunas partes de su piel desgarrada.

—Me exigió que te lo dijera— gimoteó apenas pudiendo hablar —que te diera el mensaje, ¡pero no sé qué mensaje!. Ayúdame...— agregó, temblorosa.

Estudié con cuidado la situación.
Eso no era una amenaza, ¿Para qué pasarme el mensaje de esa forma, si Annabelle ni siquiera me importaba en absoluto?

Era algo más: una provocación, una invitación a seguirle el juego: una manipulación.
Le dije que me vengaría, y que lo destruiría, por lo que hizo eso para demostrarme que en realidad no tenía idea de cómo hacerlo.

Quizá tenía razón.
Pero él quería jugar.

Ella seguía mirándome, en espera de una respuesta.

—No sé— pronuncié al final, sin saber qué otra cosa podría decirle.

—Vamos a mi casa— le ordené después, dándome la vuelta, y poniéndome en marcha.

Necesitaba ordenar las piezas del rompecabezas.

♠️

El ambiente denso y pesado era sofocante.
Annabelle se sentó en el viejo y lúgubre sofá.

Estaba a punto de hacerle un largo interrogatorio, renunciando a toda esperanza de paz en el resto del día.

—¿Cómo sabes de Duncan?— fui breve, caminando ansiosamente de un lado a otro.

Ella pareció sorprenderse, indignarse, llenarse de odio.

—¿De verdad olvidas las cosas, o sólo pretendes no saber para que sea menos duro para tí?— me respondió con dureza en su tono, arrastrando las palabras con intención de herirme.

Y negué con la cabeza.

—Ya es hora de que admitas que tú lo hiciste, Crowe. Ambos lo sabemos. Yo estuve ahí— expresó, poniéndose de pie frente a mí.

—No lo hagas más difícil, Crowe, o te juro que te enterraré vivo, ¡No me mientas, acéptalo! ¡ la mataste! ¡ mataste a mi madre!— vociferó con violencia, mientras me apuntaba con el dedo.

Ella lloraba, llena de rabia, pero yo no podía recordar nada.

Estaba acorralado.

¿Que yo hice qué?

—(••÷[ ♠️ ]÷••)—

Los rosales de CroweDonde viven las historias. Descúbrelo ahora