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Un día normal para mí se basa en levantarme, ducharme, ir a la escuela, regresar a casa, ducharme otra vez, y recostarme en mi cama durante horas. A veces hago los deberes, a veces no.

Para mí, todo es una constante de colores grises y momentos insaboros.
Me gusta pensar que no tengo alma, aunque es un engaño.

Hoy fue uno de esos días tranquilos, en los que no pasa nada especial.

Todo estaba simplemente marchando como debería de ser, en medio de un silencio constante.

Claro que, como es costumbre, duró hasta que Duncan entró a mi habitación a interrumpir mis vagos pensamientos.

-Hoy no, por favor- le pedí, incorporándome en la cama. Un mal sabor de boca me invadía cada vez que él estaba presente, lo cual era, en efecto, todo el tiempo.

-Tic Tac, Crowey- sonrió él con esos dientes pútridos de siempre.
Nunca le importaba lo que yo sentía, ¿Por qué le importaría?

Él estaba ahí para ser mi desgracia, para torturate, para romperme.

Sus 'Tic Tac' taladraban mi cerebro.

Justo en ese momento, Tristán irrumpió en el lugar, pálido y sudado, tembloroso como un mísero bichito a punto de ser aplastado.

Tristán.
Un muchacho valiente, pero descuidado.
Ojos marrón, dulces como los de mamá.
Cabello oscuro, rebelde como el de papá.
Alto, como un sauce.
Carismático, pero apagado por la vida.

En algún otro tiempo fue muy guapo... Muy inteligente.... Muy perfecto.

-Acabo de recibir una llamada: es mamá. Vístete, iremos al hospital- anunció, como si fuera a acabarse el mundo.

Aunque para él era así: si mamá moría, se acababa su mundo.

No emití sonido alguno. Me limité a levantarme, ponerme la vieja sudadera que utilizo siempre, y a salir detrás de él.

Nunca fui de muchas palabras.

Subimos al auto, él arrancó, y a toda velocidad nos dirigimos al objetivo; como si eso fuera a cambiar las cosas.

En el camino, no pronunciamos palabra alguna, hasta que finalmente rompió el silencio, llorando.

Su llanto me incomodaba, pero aún podía sentir algo de amor por él: era mi hermano, mi mejor amigo, por él, destrozaría mi corazón yo mismo si le salvara la vida.

Pero nunca fui hábil hablando.

-Se pondrá bien- intenté consolarlo.
-¿Cómo lo sabes?- me respondió, frustrado.
La desesperación lo controlaba.

Era notorio que no era el mejor momento para decir algo más.

Y no dije nada.

Al llegar, mi hermano corrió hasta dar con los médicos, que discutían la situación.

Yo me quedé un poco atrás, solamente escuchando la voz de Duncan
"Tic Tac, Tic Tac" repetía.

-Cállate- le pedí en voz baja.

-Ahí viene, no lo puedes evitar- me respondió, escupiéndome en la cara.

Su saliva apestaba.

Ese era yo: a punto de involucrarme en una situación comprometedora, una que jamás podría olvidar, como otras tantas.

Una visión llegó a mi mente:
Era una niña, pequeña, jovial, sus padres en la sala de espera, y ella, en cirugía.

-Ella o tu madre, Crowey, tic tac, alguien tiene que morir- me susurraba con su asqueroso aliento, incitándome a que decidiera entre ellas.

-¡Es una niña, Duncan, elije a alguien más!- me desesperé. Me estaba poniendo a prueba, lo sabía.

No quería caer en su trampa, pero lo haría.

-Tic Tac, te mostraré, tic tac- chasqueaba con la lengua.

Posando sus fétidos dedos sobre mis párpados, me hizo ver.

"La niña se llama Bianca Lewis, tiene cinco años. Sus dos padres se aman, tiene muchos amigos, en resumen; una vida felíz.
Su platillo favorito es la sopa de su mamá. Ama los conejos.
Su destino es escapar de la mano de su padre, y ser atropellada, a la edad de diez, por un camión" me contó Duncan, enseñándome las horribles imágenes; sus sesos regados por el suelo, la sangre, y su padre, llorando desconsolado.

Una lágrima corrió por mi mejilla. Esa niña era tan pequeña, tan llena de vida... Y con un destino tan horrible...

Volteé la mirada hacia mi hermano, hablando con los médicos.

"Tic Tac" dijo Duncan por última vez.

Tristán se aproximó hasta mí, con el objetivo de explicarme lo que había oído.
-Mamá necesita un transplante, sus riñones están fallando, ya encontraron un donador, pero es una cirugía de alto riesgo y... no saben si sobrevivirá- decía, jalando su cabello con desesperación.
Sus ojos hinchados, y su rostro enrojecido demostraban cómo se sentía.
"Tic Tac" recordé.

Cerré los ojos y asentí con la cabeza.
Tristán hizo lo mismo, abrazándome.

Como ya mencioné, siempre fui de pocas palabras, por lo que él sabía interpretar cada uno de mis silencios.

Al sentir los brazos temblorosos de mi hermano, y recordar la desgarradora imagen que Duncan me había enseñado, me rendí, y finalmente sellé el destino que me habían obligado a decidir:
"Que sea Bianca" elegí.

Aún con los ojos cerrados, casi pude ver a Duncan sonreír.

Escuché su risilla macabra a mis espaldas.
"Tic Tac, jiji, tic tac" se regocijaba.

Durante los siguientes minutos, todo se mantuvo en silencio. Tristán dormitaba a mi lado, mientras mamá se encontraba en el quirófano.

La sala de espera estaba apacible... hasta que un médico salió por la puerta, y llamó:

-¿Los padres de Bianca Lewis?-

"No puede ser" pensé.

Aterrado, arrastré la mirada hasta ellos.
¿Estaban aquí, en el mismo hospital?
El terror me invadió.
"Pronto sabrán, lo sabrán Crowey, se darán cuenta de que has sido tú" susurró Duncan, burlándose de mí.

La pareja, que estaba sentada en una esquina oscura, se puso de pie y salió al encuentro del doctor, quien los dirigió al pasillo exterior para hablar con ellos.
"Gózalo, Crowey, disfrútalo" añadió la horrible voz.

Un grito desesperado se escuchó desde el pasillo, era la mujer; era la madre de Bianca.
Una madre que nunca más volvería a ver a su hija.
Una madre que jamás volvería a escucharla reír, ni la vería disfrutar la sopa que tanto amaba.
Una madre rota, que gritaba desgarradoramente.
Los lamentos se escucharon por toda la sala.
El médico hacía su mayor esfuerzo por tranquilizar a la pareja, pero ambos lloraban, haciendo añicos mi corazón.
Tristán, que estaba sentado a mi lado, tomó con fuerza mi mano, y me atrajo hasta él, cubriéndome entre sus brazos.

Un quejido de dolor se escapó de mis labios.
Duncan se carcajeaba; disfrutando mi sufrimiento.
"Fuiste tú, fuiste tú, tic tac, tic tac" se reía.
Su aliento podrido invadió el lugar, causándome náuseas.

"Tú mataste a Bianca para salvar a tu madre, Crowe" soltó de repente en mi oído, cambiando su voz burlona por una seria, profunda, infernal.

No pude contener más mi desesperación y mi asco, y después de una arcada, terminé llenando el piso de vómito.

Todo empezó a oscurecerse a mi alrededor.
-Duncan, ¡maldito!- dije antes de perder todo el conocimiento.
Lo último que escuché, fue su voz, dentro de mi cabeza, invadiéndome:
"¿Te gusta Crowey, lo disfrutas? Puedo hacerte disfrutarlo más, puedo hacerte sentir mucho mejor"

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Los rosales de CroweDonde viven las historias. Descúbrelo ahora