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Una semana después del incidente en el hospital, todo parecía estar igual que antes; los matices grises de mi vida estaba de vuelta.
Tristán salía temprano en las mañanas, luego yo iba a la escuela, regresaba, mi hermano volvía, me iba a dormir, y se repetía todo de nuevo.
Lo único que no volvió a la normalidad; fue esa sensación que tuve aquella tarde, al escuchar sobre la muerte de Bianca Lewis.
—¿Por qué debería importarte, Crowe?— me molestaba Duncan, burlándose —salvaste la vida de tu madre, ¿No?— decía.
Sus burlas me taladraban la mente y el corazón.
—¡Lárgate, Duncan!—le grité –¡Me lo prometiste! ¿Me oyes? ¡Me prometiste no volver a meterte con mi familia!— reclamé cuando por fin colmó mi paciencia
"Jijiji, Tic Tac, jijiji" se reía, andando por la casa libremente, moviendo cosas, cerrando puertas, prendiendo y apagando luces.
—Maldito monstruo— susurré.
Esa tarde estaba especialmente lluviosa.
Yo me encontraba en la cocina, preparándome un sándwich a modo de comida del día; era otra de mis costumbres alimentarme poco.Tristán no podía mantener a un glotón.
—Crowey, Crowey, ¿Qué vamos a hacer contigo? ¿Debería comerme tus ojos? ¿O arrancar alguna parte de tu delicioso cuerpo?— me murmuró de repente, apareciendo junto a mí.
La repulsión que sentía por aquel ser, no hizo más que incrementarse, y, tomando un cuchillo filoso, lo apunté a mi garganta.
—Ya ni siquiera me importa si es una muerte dolorosa— le dije —¡Era una niña, Duncan, una niña pequeña!— le reclamé entre lágrimas, lleno de ira.
—Jijiji, Tic Tac, si mueres tú, sabes lo que les haré a ellos, jijiji, debes vivir, Crowe Wolf, y hacer lo que yo te pida, Tic Tac— se carcajeó en mi cara, echándome su asqueroso aliento.
Al tocarlo, el sándwich que preparaba se pudrió inmediatamente, despidiendo un olor nauseabundo.Era momento de otra tortura, un castigo por responderle.
—Nada de alimentos hasta mañana, Tic Tac— se mofó en mi cara
—Es mi primera comida desde ayer— le reclamé, evidenciando que no había desayunado nada, y tampoco había cenado la noche anterior.
—Jiji, Tic Tac, será tu castigo, Tic Tac, debes vivir— se burló, desapareciendo en el aire.
Observé el sándwich podrido.
No podía comer eso, ni nada más.
Lo tiré a la basura, y apagué el fuego en el que prepararía el tocino.Duncan estaba castigándome por desafiarlo.
Las manos me hormigueaban, la sensación era palpable, quizá en un rato estaría tan mareado, que vomitaría.
Me recosté en el sofá, decidido a ignorar mi propia existencia por el resto del día, cuando escuché que tocaban el timbre.
No podía creerlo, de todas mis miserias, no tener paz era la más grande.
—¡Ya basta Duncan!— le grité al espectro que me acompañaba a todos lados desde siempre.
—Tic Tac, yo no fui, Tic Tac, se ve deliciosa, jijiji— lo escuché decir a la lejanía.
"¿Quién será?" Me pregunté, mientras me arrastraba pesadamente a la puerta.
Al abrirla, me llevé una sorpresa.
"Genial, justo lo que me faltaba"
Del otro lado, estaba una de mis compañeras de clase, sosteniendo su mochila.
Yo me quedé pasmado en la puerta, sin moverme.
—Te llevaste mis libros hace dos días— Saludó una chica pálida al otro lado de la puerta —Hoy dijiste que los olvidaste en tu casa, así que vine por ellos— añadió
Me quedé pensando quién era, boquiabierto.
La buena memoria no era una de mis cualidades.—¿Cómo supiste mi dirección?— indagué con voz de enfado, para ver si eso me daba una pista.
—Somos vecinos desde hace ocho años, genio— me respondió seriamente.
Ahora recordaba.
Annabelle Lee, la vecina de enfrente, una rareza tormentosa que vivía con su abuela anciana y su padre alcohólico.
También éramos compañeros de clase.
Hace algunos años, mi madre la invitaba a cenar con nosotros, cuando recién nos habíamos mudado ahí luego del accidente.Y por si no se notaba, teníamos una pésima relación; por no decir nula.
—Mis libros— pidió con fastidio.
En ese momento recordé mi gran error, cuando tomé sus libros accidentalmente, confundiéndolos con los míos.
—Eh... Claro, pasa— la invité por cortesía, haciéndome a un lado.
La dirigí hasta la cocina, luego a las escaleras, finalmente al pasillo, y hasta el fondo, a mi habitación.
—Deberían mudarse, esta casa se pone más espeluznante cada día— dijo de repente, rompiendo el silencio.
Annabelle era bonita, pero todo lo que tenía de linda, lo tenía de bruta, o quizá de inferente por el mundo, ya que era conocida por no tener filtro entre su cerebro y su boca, también, por tener conductas extrañas, y pasar los días en soledad.
Nadie la soportaba.
Y a ella no le importaba.Entré a mi habitación, buscando los libros en mi escritorio o mi mochila, pero no estaban ahí.
—Duncan— murmuré con enfado
—Espera aquí— le ordené.
Ella torció una mueca, pero obedeció.
Salí del cuarto, y entré al de mi hermano, busqué, pero no encontré nada. Luego fui al de mi madre.
Nada.
—maldito, maldito, ¿dónde los pusiste?, maldito, maldito— decía en voz baja mientras me dedicaba a buscar, y despachar a Annabelle lo más pronto posible.
Rendido, di media vuelta para regresar, pero ahí la tenía a ella, detrás de mí.
—Haces cosas raras cuando crees que nadie te ve— me dijo.
Le torcí los ojos en señal de fastidio.
—Los perdí, no están— le dije finalmente, harto de la situación.
Ella soltó un suspiro cansado, se llevó una mano al rostro, cubriendo sus ojos, y luego se frotó la sien.
—Me debes, Crowe— dijo, mirándome con enfado, empujándome con el hombro, y dirigiéndose a la salida.
Y se fue.
Cerró la puerta tras de ella, saliendo del lugar.Todo volvió a estar en silencio absoluto.
Aquel que tanto amaba.Regresé a mi habitación.
Tomé una pastilla para dormir.
Me recosté en la cama.
Cerré los ojos, y me dispuse a dormir.—Tic, Tac, jijiji— escuché después de un rato.
—¿Qué les hiciste a los libros?— le pregunté a la voz, agotado, a punto de quedarme dormido.
—Jijiji— se rió Duncan.
Acostumbrado a sus ruidos, dejé a la pastilla hacer su efecto, sin notar el olor a gas, que poco a poco subía desde la cocina.
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Los rosales de Crowe
Paranormal𝑺𝒊𝒏𝒐𝒑𝒔𝒊𝒔 Crowe es el nombre que se utiliza para representar al ave de la muerte. En cierto modo, eso es lo que soy. A mi alrededor moran las fatalidades de lo que puedo ver y hacer. Desde que soy un niño he sido esclavo. Los recuerdos me ato...