Capítulo tres

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Son las ocho menos diez de la mañana

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Son las ocho menos diez de la mañana. El grupo de principiantes, en el cual me incluyo, se encuentra en la sala que Theo indicó que sería de entrenamiento. Miro mis pies, que están cubiertos por unos borcegos negros y, más allá de ellos, la losa marrón debajo.

Escucho las voces de algunos hablando, dándome a entender que muchos ya tienen un amigo en este lugar. Violeta y Sammuel conversan animadamente, yo intento escucharlos y de vez en cuando, hago algún comentario.

-Esa cama me ha dejado la espalda como una roca.- Oigo la voz quejosa de una chica detrás.

Es cierto. Las camas parecen estar hechas de cemento pero si en las fuerzas protectoras te entrenan para convertirte en alguien duro, entonces tiene sentido que no te reciban con rosas y algodón. Era sabido que al entrar aquí diríamos adiós a las comodidades.

Se oye el sonido de unos pasos que retumban en las paredes, intimidantes y regulares.  Me giro para observar a Theo, entrando a la sala desde el otro extremo. Y luego la morocha que recuerdo se llama Maylen, lo sigue con mirada altiva.

El grupo se queda en silencio desde el momento en que se percata de su presencia y él se pone frente a nosotros. Noto que esta vez, no lleva una chaqueta puesta, solo tiene una remera verde oscura que me deja comprobar mi teoría; sus brazos son fuertes.

-Espero que hayan podido dormir, hoy va a ser un día cansador para ustedes.- Anuncia. Su voz es más ronca a la mañana y... me causa una escalofrío.- Allí hay una botella de agua para cada uno.- Mueve su cabeza hacia un estante.- Para empezar, van a hacer una entrada en calor. Quiero que corran alrededor de la sala hasta que yo les diga que pueden detenerse.

Nadie se mueve, solo lo miramos.

Él nos contempla, expectante y frunce el ceño al no obtener reacción.

-¿Que diablos esperan?

El grupo comienza a trotar como si se les hubiera encendido el interruptor que hace mover a sus piernas. Yo hago lo mismo. A mi lado, mi amiga me sigue el ritmo. La sala es muy grande y amplia, por lo que calculo que debe tener el ancho de una cuadra entera y el largo del mismo tamaño.

En un punto mis pulmones comienzan a arder. El tiempo pasa lento y me percato de qué estamos todos en la misma situación cuando me centro en las expresiones de esfuerzo de mis compañeros. Sin embargo, ninguno se atreve a dejar de correr.

Después de lo que supongo que fueron veinte minutos, Theo nos hace detener.

-Detenganse. Elonguen los músculos.- Hacemos lo que pide. Si bien, mi padre es médico y sabe que es lo que hace bien al cuerpo, nunca antes le había dado tanta atención o importancia a ejercitarme. Es por eso que todo esto del entrenamiento es casi nuevo para mi. Sin embargo, al elongar no siento que mis músculos estuvieran entumecidos, es más, me sorprende la elasticidad de mi cuerpo al ver que puedo llegar más allá de lo que pueden los demás.

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