Las vacaciones en Granada me supieron a gloria, pero tengo que admitir que 15 días, aunque parecían muchos, fueron pocos. Mientras hacía la maleta el día antes de marcharnos, solo de pensar que tenía que volver a Madrid, con su calor, teniendo que trabajar y sin tener una piscina a la que ir a refrescarme, me agobiaba puesto que me parecía una de las peores ideas.
Esos días en el campo pude desconectar del agobio de la capital y descansar del trabajo, tomar mucho el sol, bañarme en la piscina y tomar el fresco por la noche, algo tan simple como eso pero que en Madrid era difícil de encontrar. Sabía que no volvería a disfrutar de unos días así de tranquilos hasta dentro de más de un mes, cuando fuéramos a Tenerife de vacaciones, así que iba a aprovechar hasta el último minuto.
Solo había algo, un motivo, por el que sí quería regresar a casa y por el que tampoco podíamos alargar más nuestras vacaciones, pues el lunes a primera hora teníamos cita en la clínica donde se suponía que, por fin, nos iban a dar una fecha. No pensé mucho en aquello durante las vacaciones, pero si que vino en mi mente esa cita durante los últimos días en Granada, no podía evitar tener algo de nervios y para que mentir, los pensamientos de que algo no fuese a ir bien o tal y como lo teníamos planeado también vinieron a mi cabeza.
Estaba muy ilusionada con el embarazo, cada vez más, no podía no imaginar que el próximo verano ya tendríamos a nuestro bebé en brazos y podría darse su primer baño en la piscina de su abuela. Era inevitable hacer planes a medio y largo plazo sin incluir al bebé, en cómo todo iba a cambiar, y lo iba a hacer, sin duda alguna, a mejor.
Esas vacaciones, cambiaron un poco más nuestras vidas. Siempre me había tomaba el tiempo en familia como una oportunidad para fortalecer nuestros lazos, y en ese caso, después de tantos años sin pasar unos días con Inma, que más que una suegra era una segunda madre, recuperé una parte de mí.
Inma era una mujer que admiraba, al igual que Mimi, y es que lo cierto es que se parecían mucho y tenían muchas cosas en común, eran dos personas que desprendían amor y felicidad, por todo y para todo. Desde que nos conocimos conectamos a la perfección y la verdad es que, en pocos sitios me he sentido tan querida cómo debajo de ese techo.
Esos días también sirvieron para exprimir el tiempo al máximo con Mía y prestarle toda la atención que merecía, era inevitable pensar que, en menos de un año y con la llegada de un nuevo miembro a la familia, la pequeña iba a quedar en un segundo plano. Y aunque obviamente íbamos a hacer todo lo posible para que no lo pasara mal con eso, era evidente que iba a tener mucho menos tiempo para ella.
Y con Mimi. Conseguimos escapar un día a la playa, Mimi, yo, mi bikini y cómo no, mi cicatriz que tanto dolores de cabeza me había causado. No sé como me convenció, de hecho sí, porque no sabía decir que no a esos ojitos que me ponía cuando me decía que era lo más bonito que había visto nunca a la vez que me acariciaba el abdomen. Pero a mi lo que me molestaba no era la cicatriz en sí, con lo torpe que era estaba acostumbrada a ellas, de hecho tenía una en el ojo visible para todo el mundo, y que tenía su encanto, si no lo que había supuesto aquello en mi vida y lo cierto es que cada vez que la veía lo recordaba a la perfección.
Lejos de ser la marca de una cesárea, lo que había pensado y asumido Mimi al verla, esta era una cicatriz de una operación posterior al nacimiento de Mía. Por suerte, el nacimiento de Mía no se complicó en ningún momento y lo pude disfrutar, mi niña nació sana, fuerte y preciosa. La pude sujetar entre mis brazos nada más nacer mientras derramaba un par de lágrimas de emoción, pero lo cierto es que a partir de allí todo fue a peor.
Después de una hora de que naciese la pequeña, vinieron a hacernos pruebas a ambas y detectaron que algo no iba bien dentro de mi, por suerte todo quedó en un susto y se pudo solucionar en una sencilla y rutinaria operación, la que me dejó esa cicatriz de regalo. En ese momento yo no me preocupé por aquello, mi niña estaba bien y yo podía hacerme cargo de ella, y eso era lo único que me importaba.
Cabe decir que tuve que dar a luz sola porque su padre, al parecer, tenía cosas más importantes qué hacer en aquel momento, y de hecho ni lo vi hasta tres días más tarde, pero es algo que con el tiempo agradecí, y pensándolo bien, me ahorre tener que aguantar alguno de sus numeritos mientras una niña de casi 4kg intentaba salir de dentro de mi.
Lo que sí tuve que aguantar fue que no se despertase ni una mísera noche cuando Mía lloraba, que no la llevase, o por lo menos, me acompañase, al pediatra o que mostrase un mínimo de interés o aprecio por su hija.
Todo aquello me lo recordaba esa cicatriz, cuando la veía, veía su mirada de desprecio hacía ella y hacía mí, y no podía evitar pensar en lo imbécil que fui, por eso no la quería ver, porque no quería recordar lo que suponía. Pero esos días aprendí a quererla y a quererme, y ver eso como una señal de la fuerza que tuve en aquel momento y de lo mucho que luché por mi pequeña.
Y eso no solo lo conseguí gracias a Mimi, porque esos días, también pude aprovechar para pasar tiempo conmigo misma, era algo que, por desgracia, hacía años que no podía hacer, y me sirvió. A veces se necesita reconectar con uno mismo y aclararse uno solo, y aunque irónicamente dije que no iba a pensar en trabajo, esos días también tomé una decisión profesional, casi o más importante que la que había tomado ya hacía 8 años atrás.
Volvería. Quería volver a los escenarios y lo iba a hacer, no tenía ningún plan, no sabía ni cómo ni cuándo, pero eso daba igual, la decisión estaba tomada.
ESTÁS LEYENDO
Recuperando el Tiempo Perdido | WARMI
FanficSegunda parte de la novela "Tiempo Perdido". Tras casi 15 años, Mimi y Ana se reencontraron y finalmente decidieron dar el paso, pero no todo será un camino de rosas. Aunque lo más difícil ya lo han hecho, Mimi y Ana tendrán que seguir luchando por...