CAPÍTULO 1

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CIUDAD SMARAGD noviembre 2019

¡Clap! ¡Clap! ¡Clap!

Pasos. Pasos frente a mí. Levanté la cabeza al decimo noveno paso que escuché.

- ¿Señorita Waas?- habló una persona frente a mí con voz firme; era un muchacho no mayor de 25 años; alto, delgado pero con cuerpo trabajado, piel morena, barba de unos días, cabellos negros tipo afro corto, ojos oscuros y labios carnosos. Vestía un traje de Brioni un tanto ajustado pero no se veía mal en alguien de su edad. Estiraba su mano en forma de saludo. -Daniel Curtis Lee me está saludando- pensé.

- Si, soy yo - dije tratando de actuar tranquila alisado mi vestido negro de Chanel que, aunque no era ni la mitad de caro que su traje, me costó bastantes promesas y tratos conseguirlo. Me paré de un sillón individual que se encontraba a casi la entrada del vestíbulo y estreché su mano de la manera más formal que pude.

El vestíbulo era grande, tenía una alfombra color turquesa que recorria desde la puerta del edificio hasta la recepción. En la habitación había tres sillones individuales color hueso con costuras turquesa acomodados en distintos sitios del lugar, dos sillones para dos personas color hueso con costuras similares a los individuales pegados a las paredes de cristal, que daban vista de la ciudad, con plantas similares a cada lado de ellos que le daban vida al lugar. Había una cascada al final del cristal, era un conjunto de piedras grandes pegadas a la pared con unas cuantas plantas y ramas saliendo de entre ellas y con un camino marcado por la cristalina agua que caía constantemente hacía un tipo estanque que regresaba el agua y hacía que se volviese a repetir el ciclo. Al lado de ella había un par de puertas blancas con perillas doradas y que tenían un cartel en la parte superior color turquesa y marco dorado con distinto texto en cada uno; en el primer cartel decía: Lic. Gualito, vicepresidente; el segundo y más grande cartel decía: Lic. Duarte, Presidente. Al lado de estas puertas había dos escritorios de cristal con su respectiva Mac y silla giratoria color turquesa. Al centro del vestíbulo se encontraba la recepción donde se encontraban las secretarias que informaban a las personas que entraban al edificio de cualquier duda; habían tres secretarias, una morena delgada de cabellos oscuros en afro, ojos verdes, labios carnosos color rosa natural, traía unos lentes de pasta negra que reposaban en su cabeza y vestía una falda pegada lisa color hueso, camisa lisa de manga corta hueso, cinturón grueso turquesa y tacones del mismo color; atendía a un señor de mediana edad que preguntaba algo sobre el baño; la segunda era una mujer blanca de cabellos cobrizos lacio que le llegaba hasta la cintura, ojos grandes color miel, labios delgados color cereza y vestia igual que la morena, ella escribía algo en su Mac; la tercera era una mujer un de cabellos rubios por arriba de los hombros, lucía pintalabios rosa pálido con unas mejillas de color similar y ojos azul oscuro con la misma ropa que las otras dos -uniforme de secretaria- ella parecía atender una llamada.

-Mucho gusto, mi nombre es Franco Meza- me dijo con una sonrisa el muchacho frente a mí.

-El gusto es mío- dije un poco torpe y con una sonrisa algo excesiva.

Franco me sonrió mas soltando una leve risita. Sentí que mis mejillas comenzaban a tomar color.

-Por favor, sígame- dijo y comenzó a caminar en dirección que yo había ignorado, hacía unas escaleras que no había visualizado; eran color crema y dirigían a la parte inferior. Lo seguí.

En el transcurso del camino a no sé dónde pasamos por un pasillo que estaba mas que vacio por personas y lleno de marcos elegantes de altos precios con reconocimientos en ellos al lado de varias puertas color chocolate. Este pasillo no era para nada hueso y turquesa, este era crema y rojo vino con algunos toques de chocolate.

-Veo que le ha impresionado la nueva decoración, señorita- dijo Franco que me estaba observando de vez en cuando con una expresión seria. Muy seria.

-¡Oh! Pues, es que no me esperaba que en tan poco tiempo le hubieran hecho tantos cambios. ¿Has visto que ahora tiene unas escaleras por las que acabamos de bajar? Yo lo he notado hace menos de diez minutos- dije algo sorprendida por el hecho de que sabía que había estado aquí antes.- ¿Tú has trabajado aquí por mucho tiempo? -pregunté algo impaciente por llegar a mi destino y alejarme de la persona que alguna vez me pareció atractiva y ahora me daba mas miedo que una caída libre desde el Monte Lluna.

-Trabajo aquí desde hace cuatro años- me confesó con sonrisa tres cuartos, pero se podía ver a leguas que su trabajo era una tortura para él.

-¿Cu...cuatro años?- tartamudeé al preguntarlo, me había dado cuenta de algo.

-Si, señorita. ¿Sucede algo?- preguntó algo preocupado. Yo estaba preocupada.

-Usted es el que me ha llamado esta mañana, ¿no es así?

-Evidentemente, señorita Waas- contestó algo relajado ahora-. Pero no pase de hablarme de tú a usted, me hace sentir viejo y solo tengo 20- habló tan relajado que por un momento pensé que era una broma.

-¿Le hago sentir viejo? usted es el que habla como un hombre de 40 o más -contesté deteniéndome sin mas con los brazos cruzados.

-Señorita, no se me permite hablarle a usted de una manera informal- dijo sin pararse, simplemente disminuyendo la velocidad.

No dije nada. Seguí caminando detrás de él.

Los marcos fueron desapareciendo al igual que las puertas, dejando un pasillo de paredes sin fin divididas en dos por una línea de madera color chocolate horizontal bastante elegante y larga; de color vino en la parte superior y crema en la parte inferior. Había una puerta doble de madera color chocolate que tenían aire de algo mayor que el mismo presidente de este lugar.

Franco comenzó a tentar la pared derecha con toques tan delicados como si fuera a romper un cristal si no lo hacía bien; arriba, abajo, derecha, abajo, arriba, izquierda, al centro, arriba y abajo. Deslizaba sus dedos, lo hacía como si fuera un baile para ellos, algo común. Porque lo era, pero era más que eso. Era una contraseña.

Después de treinta y tres toques iguales tocó un botón azul que se había comenzado a formar poco a poco después de los once toques en el centro de donde sus dedos habían rozado. Se comenzó a abrir la puerta y mi respiración fue bajando a cada centímetro que se movía.

La habitación era algo que yo no me esperaba.

-Debe de haber un error -dije alejándome de la yerba y sauces que se encontraban detrás de la puerta.

-No hay ningún error, señorita Waas, usted es la única que puede entrar allí -me dijo ahora un hombre como de 80 de piel oscura y arrugada, parecia enfermo. Vestía el mismo traje que Franco.

-Es broma, ¿cierto? -no podía creerlo, esto no era verdad, tenía que ser mentira. Miré a mi vestido y me encontré con unos vaqueros oscuros y una camiseta de Mickey Mouse bastante usada que jamás había visto en mi vida junto con unas converses que bien podrían ser de un vagabundo.

El anciano me miró con tristeza y negó.

Traté de correr pero él fue más rápido y me lanzó hacia la yerba.

Y después desperté.

Pedazo de CristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora