XIII

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Estacionó el coche en la plaza, ya era la hora de oscurecer y en el lugar no se encontraba nadie, ningún niño ni algún adulto consciente, solo hombres ebrios que ni se podían mantener en pie. Y esto le favorecía en algo para Kai ―o eso le hacía pensar su mente―, de esta manera, si llegara a pasar algo, ninguna persona sabría si él estuvo en ese lugar o qué estuvo haciendo.

Cogió el pegamento y los papeles para salir del coche. Se tomó el tiempo de comprar el pegamento más malo, el más barato de la tienda, con la idea que no se mantendrían ni por unos minutos donde él pegaría los afiches, que se caerían de inmediato a la tierra y la gente lo pisaría. Kai juraba por su vida de que nadie recogería aquellos papeles, ni siquiera por que dijera: "Chica perdida". Él lo sabía perfectamente, porque las personas eran indiferentes con las cosas de los demás. Aseguraba que eran insensibles al dolor de otros, que eran insensibles al ver el dolor de otro, sin imaginarse que ellos podrían ser los siguientes, y así una cadena, del que siente y del que ve.

Porque daba por sentado de que los demás eran igual o tenían el mismo sentimiento que él; ser un completo antipático.

Empezó a pegar los carteles de mala gana. El primero lo pegó en la corteza de un árbol, teniendo de idea de que luego de ponerle pegamento, no aguantaría el papel ni el pegamento en un lugar así. Los otros tres los pegó detrás de unas bancas; en un lugar bastante difícil de divisar. Otros cuatros los pego en algunos juegos infantiles y dos más los pegó en un poste de la esquina izquierda de la plaza. Quedaban cuarenta carteles más, sin importarle mucho, los botó junto con el objeto que pegaba.

Había gastado dinero con las impresiones, para luego botarlas como si el dinero no le costara, y es que es tal cual, de esa manera, porque era el dinero que había heredado del fallecimiento de su padre y el resto lo recibió su madre, su madre todavía viva, lamentablemente para él.

Subió al automóvil, con la idea de que tenía que visitar a su mamá, y lo hacía más por él que por otra cosa, de esta manera, tendría una cuartada. Su madre vivía al otro lado de la ciudad vecina donde él estaba precisamente pegando el afiche. Era su deber visitarla, más que nada, para que cuando muera, por lo menos tuviera el recuerdo de que la fue a visitar y le dejara todas las riquezas. Pero él era el único hijo, aunque también estaba la opción de desheredarlo, Kai pensaba que cualquier cosa podría pasar a último momento, cualquier cosa.

Aprisa, se dirigió hasta su antiguo hogar, quería llegar rápido, con la fe de que su madre solo lo retendría unos momentos, y lo dejara ir, sin pedirle que se quedara con ella porque se siente muy sola. Porqué, digámoslo, todos son interesados cuando hay dinero de por medio, o cuando sabes que esa persona te sirve para cualquier cosa, mientras tenga algo de valor.
Por que cuando la gente pierde valor, cuando pierde o no tiene eso que te mantenía con aquella porque tenia eso que tú no, la dejamos de un lado, pero ¿por qué? Simple, ya no nos sirve como antes, sabemos que ya no nos podía ayudar como antes, entonces, la desechamos. Y, aun que a principio no pareciera de esa manera, tarde o temprano aparecerá esa acción, sea con quien sea.

Ya oscureció hace bastante tiempo, mas a él no le importaba, ya que su madre seguramente trasnochaba viendo teleseries y llenando ese vacío de soledad por lo menos con un entretenimiento casero.

Cuidadosamente estacionó el carro en la entrada de la cochera, precisó como seguramente seria la charla, bajó, se puso en la entrada y tocó el timbre, a lo que la empleada lo recibió.

―Bienvenido señor Kim, hace tiempo que no pasaba a visitar a su madre. ―dijo esta para luego dejarlo pasar.

―¿Mi madre se encuentra arriba? ―preguntó el joven, haciendo caso omiso al recibimiento de la ama de casa.

Retorcido Donde viven las historias. Descúbrelo ahora