Cuando todo cambia (5)

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(5)

Elisa

Definitivamente, las cosas no podían empeorar. Izabel se enteró de que estaba en la casa del supuesto enemigo que, según ella, iba a matarme. El chico llamado Adam se dirigió a abrir la puerta mientras yo rezaba para que Izabel entrara de una manera tranquila.

Supe que había llegado cuando gritó histéricamente mi nombre, exigiendo que le abrieran la puerta. Cuando finalmente la abrieron, noté algo extraño en ella. Sus ojos reflejaban una intensidad que nunca había visto, y la conexión entre ella y él era innegable. Se quedaron mirando, y no entendía por qué no le había disparado ya.

Izabel rompió el trance al gritar "¿Perfecto?" y, por un instante, se detuvo en seco. Sin embargo, Jace la empujó suavemente y entró histérico, buscándome.

Cuando me encontró, se lanzó a abrazarme. Matheo rodó los ojos ante la escena, pero Jace me cargó hasta que le pedí que me dejara bajar.

—Espera, Jace, cálmate. Mira, estoy bien, sana y salva. Cálmate— le dije, sobándole el brazo para calmarlo. Siempre se ponía como un perro protector con Izabel y conmigo, afirmando que éramos lo más importante en su vida; su luz, su apoyo. Aunque no éramos familia, por lo menos a iza la quería como tal .

—¿Qué tal si se quedan a cenar?— ofreció Nora a los cinco: a Jace, Izabel, Travis, Payton y a mí. Miré a Izabel y luego a Jace, quienes asintieron. Así, la cena transcurrió tranquilamente, pero antes de salir, Matheo me llamó.

—Ve en dos días a la parte trasera del hospital. Quiero que hablemos de algo. Solo no preguntes— me dijo, mientras fumaba un cigarrillo que parecía de marihuana. Me sorprendía cómo el virus había acabado con la humanidad, pero no con la marihuana ni con las enfermedades. Sí, todavía nos daba gripe.

—Está bien, pero tengo que ver cómo saldré de mi cárcel— respondí.

—Ahí te espero, princesa— me dijo, expulsando el humo en mi cara. —Por cierto, qué cursi y tóxico lo tuyo con el tal Jace.

Y así, sin más, se fue, dejándome sola en la oscuridad. Regresé a casa con mi hermana y mis amigos. Al llegar, me desmaquillé, me cambié y me acosté, pero antes de quedarme dormida, escuché la puerta abrirse y vi a Izabel en el umbral.

—No quiero que te acerques a ellos, ¿oíste? Pueden poner en peligro a nuestro grupo. No me voy a rendir, tenemos que sobrevivir, ¿entendiste?— me dijo, y así, sin más, cerró la puerta de un portazo, dejándome sola con un millón de preguntas.

¿Volver a ver a Matheo sería peligroso? ¿Estaría a salvo?

Lo pensé tanto hasta que finalmente caí en un profundo sueño. Mañana buscaría respuestas.

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