Recuerdos que no mueren (9)

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(9)

Izabel

Después de intentar hablar con Elisa, subí a mi habitación y me acosté en la cama, dejándome llevar por mis pensamientos. Pasé un par de minutos recordando mi momento favorito: él. Era lo que me hacía sonreír al despertar, y era imposible olvidarlo. Había una parte de mí que no quería dejarlo ir, que aún lo quería. Me recordaba cada día que estaba aquí por él, y que debía cumplir nuestra promesa, costara lo que costara. Suspire y sonreí levemente, convencida de que había hecho lo correcto. Aunque no pudiera gritar a los cuatro vientos lo que sentía, él estaría a salvo... todos estarían a salvo.

Me di la vuelta y abracé la almohada mientras su linda sonrisa danzaba en mi mente. Cerré los ojos, comenzando a sentir cómo el sueño se apoderaba de mí. Pero de repente, un fuerte sonido, casi como una caída, me hizo levantarme de golpe.

—¿Qué carajos? —suspiré, golpeando la almohada con frustración. Me levanté de la cama y me acerqué a la ventana. Al asomarme, vi un cuerpo tirado en el piso, algo lejos de mi ventana. Al fijarme mejor, lo reconocí.

—Elisa, ¿qué mierda hiciste ahora? —cerré la ventana con prisa y salí de mi cuarto, corriendo por los pasillos hasta la puerta de la habitación de Jace. Al ver que no abría, grité con desesperación:

—¡Deja de hacer lo que sea que estés haciendo y saca el maldito botiquín de tu habitación! ¡Elisa está herida!

Suspiré y golpeé con fuerza la puerta, luego salí del pasillo y bajé las escaleras lo más rápido que pude, acercándome al árbol donde yacía Elisa.

—Eli, mírame, estoy aquí, ¿sí? —dije, tomando su cara entre mis manos y dándole unos suaves golpes en el rostro, intentando que reaccionara. Al ver que no funcionaba, tomé su cabeza y la acomodé. Entonces, noté que mis manos estaban manchadas de un líquido. Al revisar de qué se trataba, vi que estaba empapada de sangre. Ella se estaba desangrando.

—¡Joder, Jace, ven rápido! —dos segundos después, él apareció detrás de mí, arrodillándose en el piso y cargando a Elisa. La llevó a la casa con una rapidez sorprendente. Suspire, observando cómo lo hizo todo con tal determinación, y lo seguí, entrando a la casa junto a él. Se llevó a Elisa a una de las habitaciones, y como no sabía nada de medicina, me quedé afuera, apoyada contra la pared.

Una o tal vez dos horas después, él abrió la puerta de la habitación y caminó hacia la salida de la casa. Lo miré confundida y, antes de que girara la manija, le pregunté:

—¿Cómo está ella y a dónde vas?

Al escuchar mi voz, se volvió hacia mí.

—Voy al hospital. Elisa va a necesitar analgésicos cuando despierte. No quiero que le duela la cabeza. Es un hospital abandonado, debe haber analgésicos por ahí —dijo, encogiéndose de hombros.

Me puse los pelos de punta al escuchar el lugar al que quería ir, y en ese momento lo miré firmemente.

—No irás.

—¿Por qué? —preguntó, mirándome y frunciendo el ceño.

—Yo me encargo, así que no tienes que ir —suspiré, aliviada de que finalmente pareciera entender. Asintió y volvió a la habitación donde Elisa se encontraba aún inconsciente. Caminé rápidamente hacia la habitación de Travis, abriendo su puerta sin importarme lo que estuviera haciendo. Él giró la vista hacia mí, dejando el libro que leía sobre su mesa de noche. Con sus gafas de pasta negra, me miró fijamente.

—¿Qué quieres, Izabel? —suspiró, sentándose en la cama y poniéndose los zapatos, consciente de mi urgencia.

—Travis, deberías salir más seguido de esta habitación, sabes. No sé hablar con los chicos, tal vez deberías guardar un rato los libros.

—¿Qué le digo esta vez? —dijo, ignorando totalmente mi comentario y poniéndose los audífonos.

—Solo consigue analgésicos para Elisabeth, ¿sí? —dije sonriendo levemente, pero él siguió mirándome con desconfianza. Salió de la habitación, caminando por el pasillo y saliendo de la casa hacia donde le indiqué.

Aproximadamente una hora más tarde, escuché cómo se abría la puerta principal. Salí de mi habitación y bajé las escaleras para encontrarme con Travis entrando y lanzándole en la mano la bolsa con los analgésicos a Jace. Cuando él volvió a la habitación donde se encontraba Elisa, me acerqué a Travis.

—¿Cómo está? ¿Hay algún avance? —le pregunté, mirándolo con esperanza de que la respuesta fuera un sí.

—Todo bien, sigue igual —lo escuché decir, observando cómo entraba nuevamente a su habitación y cerraba la puerta de un portazo.

Caminé hacia la habitación donde Elisa se encontraba y, al entrar, me senté junto a ella en la cama. Acaricié su mejilla con delicadeza y observé cómo sus ojos comenzaban a abrirse lentamente. Sonreí levemente, viendo cómo sus ojos se abrían por completo, y me dedicó una cálida sonrisa.

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