El costo de la rebelion (2)

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(2)

Elisa

Me desperté con un intenso dolor de cabeza y un ardor insoportable en la pierna. Abrí los ojos con dificultad, intentando enfocar la vista a través del dolor. Lo primero que vi fue a mi casi hermano Jace. En realidad, no éramos hermanos, pero él era mejor amigo de mi hermana.

—Hola, Eli —sonrió amablemente mientras untaba una pomada, o algo parecido, con un algodón.

Me quedé un rato viéndolo. Cualquiera pensaría que había salido de una revista, ya que tenía veinticuatro años, mientras yo apenas cumplía diecinueve. Tenía unos hermosos ojos azules y una piel blanca como la nieve, llegue a verlo manchado de sangre en una ocasión. Aun así, seguía siendo igual de atractivo como siempre.

—¿Ya llegó Izabel? —le pregunté, consciente de que si ella se enteraba de que había salido ignorando sus reglas, se encargaría de matarme. Estaba prohibido salir sin Jace, Travis o Payton. Al menos hasta que aprendiera a defenderme por mi cuenta. Siempre le decía que sí, pero parecía que me faltaba un poco de práctica después de ese disparo en la pierna.

—Llega en veinte —respondió—. Estaba consiguiendo suministros con Payton, y me vi obligado a decirle cuando te encontré. Estabas muy mal.

Mientras me vendaba la herida donde antes estaba la bala de la pistola, solo me miró con tristeza, intentando pedir perdón.

—¿Y Travis? —me atreví a preguntar, aunque sabía que él siempre estaba en su habitación con un libro y unos audífonos. Sinceramente, era muy introvertido. Nadie pensaría que ese alto muchacho de cabello negro como la noche y ojos castaños oscuros era el menor de la familia. Tenía apenas dieciocho años, pero era el más alto de todos.

—Ya sabes, está en su habitación como siempre. Pero Eli, te juro que era la única opción que tuve. Tenía que decirle a Izabel y lo sabes, ¿verdad?

El enojo volvió a invadirme. Si no le grité la primera vez fue porque ya todo estaba resuelto, pero como soy tan imprudente, me dejé llevar por la rabia.

—Traidor —gruñí, siendo lo único que salió de mi boca.

—Ya dije que lo siento, Eli. ¿Preferirías que te dejara tirada para que murieras? Sí, tal vez Izabel te castigue, pero prefiero tenerte viva que muerta, ¿entiendes? —me soltó en un tono enojado.

Decidí quedarme callada para no causar más problemas de los que ya había. Así que tomé la solución más fácil que encontré: una cobija que estaba a mi lado, y me dejé caer en los brazos de Morfeo. Era tarde y lidiaría con lo que me dirían Izabel y los demás por la mañana. Si intentaban despertarme, solo diría que necesitaba descansar.

—Que duermas bien, pequeña Eli —me besó la frente y me acomodó la cobija antes de irse.

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