De las cenizas a la vida (12)

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Mi respiración se tornaba cada vez más pesada. No sabía qué diablos estaba pasando; no lograba ver absolutamente nada. Sentía un nudo en el estómago y mi garganta estaba seca. Un cosquilleo recorrió mi brazo, y luego ese cosquilleo ascendió hasta mi garganta, convirtiéndose en un fuerte apretón en mi cuello. Alguien me estaba ahorcando; eso era seguro. Intentaban matarme.

Intenté abrir los ojos, pero no cedían. Quise gritar y mover mi cuerpo, pero no podía. Era como si estuviera atrapada. Traté de pensar en qué hacer, ya que cada vez sentía que el aire me faltaba más y más. Comencé a estresarme hasta que un torrente de imágenes invadió mi mente. Entre ellas, pude distinguir solo una: su cabello castaño, manos manchadas de sangre, y el color tan peculiar de sus ojos  resonando en mi cabeza.

De repente, los recuerdos cesaron y cualquier tipo de dolor que sentía en mi cuerpo también. Logré soltar un fuerte grito, y sin poder controlar mis acciones, abrí los ojos de golpe y miré a mi alrededor, desesperada. Intenté sentarme y, con bastante dolor, lo logré. Mi cuerpo crujía cada vez que intentaba moverme y dolía con cada movimiento.

Me levanté, pero solo logré mantenerme en pie dos segundos antes de caer de nuevo al suelo, con las piernas adoloridas. Observé la puerta a lo lejos, mientras quejidos se escapaban de mis labios, completamente entumecida. Suspiré y continué gateando hacia la puerta, pero cuando estaba a solo unos centímetros, mis rodillas fallaron y caí de cara contra el suelo. Solté un grito entre la frustración y el dolor al lastimarme la nariz.

Sentí unos fuertes brazos levantándome del suelo y volviendo a recostarme en la camilla de donde antes me había levantado. Una voz gruesa pero amable susurró en mi oído mientras esos brazos firmes me acomodaban nuevamente.

—Devuelta a la vida, nenita —me dedicó una pequeña sonrisa. Observé esos ojos tan peculiares que tanto me encantaban: uno era de color miel demasiado pálido, casi hacia contraste con el amarillo y el otro era un color difícil de distinguir era un azul demasiado apagado acercándose mas a la posibilidad de ser un gris.

—Ashton —susurré, con los ojos algo cristalizados. Con dificultad, subí mi mano para acariciar su mejilla, pero él rápidamente utilizó sus manos para inmovilizar las mías.

—Quieto —susurró sobre mis labios y me dio un tierno pico. —Te amo —dijo, mirándome con un brillo increíble en sus ojos.

Asentí y me recosté de nuevo, mientras miraba el techo con una pequeña sonrisa en los labios.

—¿Qué me pasó? —pregunté, aún mirando el techo, distraída.

—¿Por qué carajos me duele todo? ¿Tan duro me golpeaste? —bromee, riendo levemente. Escuché su suave y casi sensual risa.

—Nunca cambias, ¿o no, Crystal? —dijo sonriendo. Luego tomó mi mano para ayudarme a levantarme y me condujo a otra habitación, donde me hizo sentar en la cama. Sacó del clóset una de sus camisas junto con un par de boxers limpios. Sonreí levemente mientras él entraba al baño.

Quité la bata que llevaba puesta y procedí a ponerme la ropa que Ashton me había dejado. Al mirarme en el espejo, quedé paralizada por mi reflejo: estaba llena de moretones; un morado gigante adornaba mi ojo y marcas recorrían las partes descubiertas de mi cuerpo. Suspiré, preocupada, y rápidamente fui al baño.

Al abrir la puerta, vi a Ashton atándose el cinturón. Me dedicó una sonrisa algo pícara mientras terminaba de arreglarse. Lo miré a los ojos y, sin más, hablé.

—¿Por qué estoy así? —pregunté, con desesperación en mi voz.

—Te metiste en una pelea —dijo, restándole importancia. Sin embargo, mi preocupación no desaparecía. Lo miré a los ojos y volví a preguntar.

—Si así fue, ¿por qué no recuerdo nada?

—Te golpeaste la cabeza, terminaste en un estado de coma pero ahora estas mejor —dijo, mirándome con una leve sonrisa. Las cosas empezaron a tener un poco más de claridad, así que suspiré aun estando un poco preocupada pero intente sonreír.

Un fuerte sonido se escuchó afuera y, automáticamente, Ashton salió a revisar el pasillo derecho. Me quedé en la puerta observando, pero logré escuchar pasos provenientes del pasillo izquierdo. Rápidamente giré la cabeza para ver quién era, pero lo hice demasiado tarde. Al ver la figura, retrocedí, volviendo a entrar en la habitación. Pero, cada vez que retrocedía, la persona que no reconocía me seguía.

Mis piernas temblaban y casi grité cuando toqué el borde de la cama con mis muslos. Sentía mi corazón acelerado; la persona se acercaba cada vez más hasta que tomó mis hombros entre sus manos y me hizo mirarlo. Era un chico de ojos marrones oscuros y cabello negro, con una piel algo pálida. No lo reconocía de ninguna parte, hasta que de sus labios se escuchó una palabra.

—Tranquila —dijo, mirándome. Rápidamente me dio la vuelta, haciendo que mi espalda quedara contra su pecho. Comenzó a caminar hacia afuera de la habitación y, cuando estábamos en la mitad del pasillo, logré ver a Ashton, que se veía extremadamente preocupado. Estuvo a punto de acercarse al chico que me tenía en su poder, pero este colocó un arma sobre mi cabeza y continuó caminando sin darme la espalda.

Suspiré, mis ojos comenzaron a cristalizarse, igual que los de Ashton, quien se arrodilló en el piso con las manos en la cabeza cuando el chico que me tenía entre sus brazos se lo ordenó. Un sollozo escapó de mis labios y mi visión se nubló por las lágrimas. Sentía la necesidad de bajar unas escaleras, pero me negaba a mover las piernas. Entonces, el chico sacó una jeringa de su bolsillo e inyectó algo que parecía anestesia. A los segundos, mi cuerpo empezó a sentirse más calmado de lo normal.

El chico procedió a cargarme como si fuera un saco de papas. Con la poca fuerza que me quedaba, logré patearlo en la entrepierna, pero no sirvió de nada más que escuchar su queja. Mis ojos empezaron a cerrarse hasta que ya no pude oír ni ver nada de nuevo.

—¿Qué carajos? —dije, logrando abrir los ojos. Pero al recordar la situación, simplemente gruñí. Sentí cómo el chico me bajaba y sabía que era mi oportunidad de escapar. Sin embargo, al dejarme en el suelo, no pude moverme; mis piernas seguían fallando. Así que me quedé mirando al suelo, esperando lo que fuera a pasar, hasta que una voz femenina resonó.

—Crystal Mikelson, volviste.

Reconocí de inmediato esa voz y lo único que salió de mi boca fue:

—Parking.

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