Capítulo 10. Sola

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Sorprendida porque esa mañana también pudo abrir los ojos con facilidad, Charlie se puso de pie de manera enérgica hasta que la avalancha de sucesos del día anterior provocó que su sonrisa se fuese mermando. Le gustaba Alastor, y le resultaba evidente que Alastor no gustaba de ella, por lo que durante la noche se dedicó a asumir el hecho repitiéndose que él solo la ayudaba por mero entretenimiento, que se mostraba como un caballero pues era algo intrínseco en él y remató con la posibilidad que él ya tuviese alguien especial en su vida; Mimzy habían dicho.

Así que en un último suspiro dejó su pesadumbre, resuelta a centrarse en encontrar otra manera de volver a casa; en cuanto a lo que sentía por Alastor, si lo pasaba a un segundo plano, tal vez se desdibujarían hasta quedar como un bello recuerdo. Inhaló profundo y se dio ánimo con los puños cerrados.

–¡Vamos a hacerlo!

Por la hora dedujo que Alastor se estaría alistando para salir y creyó que sería un buen detalle sorprenderlo con una taza de café como disculpa por el exabrupto de la noche, por lo que bajó y se ocupó en prepararlo. Al poco de terminar, escuchó el murmullo de pasos a su espalda por lo que volteó para encontrarse con Alastor en el umbral. Pese a que él mantenía su sonrisa habitual, había algo en su mirada que lo hacía parecer distante.

–¡Buenos días Al!

–Buenos días Charlie. –Ante el tono solemne con que respondió al saludo, la princesa no pudo evitar pensar en que seguía molesto y eso la hizo sentirse un tanto incómoda, mas hizo todo por mantener su ánimo.

–Hice café, ¿tienes alguna idea de con qué te gustaría acompañarlo?

–Tendrás que disculparme my dear, pero hoy debo salir antes y me temo que no regresaré hasta el día de mañana por la tarde. –Fue evidente que el aviso la tomó por sorpresa; Charlie apretó el agarre de la taza por apenas un breve instante, que resultó imperceptible, ante un pensamiento intruso.

"¿Pasarás la noche con Mimzy?"

"No es asunto mío" se recordó a la par que sonreía.

Mientras lo veía tomar aquellas cosas extra el buen ánimo de Charlie, el que tanto ejercicio mental le había tomado, se fue diluyendo hasta que pudo despedirlo con un notorio deje de tristeza.

–Lo tendré –respondió el, marcando una clara distancia. Charlie apenas estaba digiriendo la frialdad de aquello cuando él agregó tras llamarla:

–No dejes la casa en ningún momento mientras estoy fuera. Nada de caminatas por el pantano, ¿entendido? –La orden la descolocó, frunció el ceño, y aunque quiso decir tantas cosas, él no le dio la oportunidad y se fue.

–Pues no eres mi padre para ordenarme nada –declaró hacia la puerta, aún a sabiendas de que no obtendría respuesta.

Alastor no tuvo la delicadeza de pedirlo, tampoco dio motivo alguno que justificase la orden, simplemente se mostró imperativo, autoritario; el que estuviese molesto no le atribuía ningún derecho sobre ella.

–¿Qué le sucede? –preguntó Charlie al aire mientras alimentaba a las gallinas–. ¿Pretende que me quede sentada esperando mientras él está fuera haciendo... lo que sea que tenga planeado hacer? ¡Pues se equivoca! No voy a escucharlo hasta que no me de una explicación razonable –concluyó antes de volver a la casa, lavarse las manos para preparar el desayuno y al terminar, la princesa miró el contenido de la olla con desagrado.

–Al menos es comestible –se dijo en voz alta para hacerse el ánimo, dado que había preparado lo suficiente como para comer el resto del día.

Hubo una vez en Nueva Orleans (Charlastor)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora