Capítulo 12. En el Emporio de Rosie

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Que Lucifer lo mandase a llamar de manera tan abrupta no era una buena señal, aún así Stolas mantuvo su porte real cuando se vio en su despacho frente a él.

–He encontrado a mi hija –dijo el soberano del infierno, sentado tras su escritorio, sin reparo alguno.

–Eso es maravilloso, me regocijo por la felicidad que deben estar sintiendo en la casa Magne.

–¿No te interesa saber dónde la encontré? –La actitud de Lucifer gritaba que estaba molesto.

–Sería rudo de mi parte preguntarlo, cuando lo importante es saber que se encuentra bien.

–Nunca dije que se encontraba bien.

–Oh. –Ante el mutismo del demonio búho, Lucifer agregó:

–Está en el mundo humano; con tu libro. –Stolas continuó guardando silencio, era consciente de lo que el Ángel caído estaba sugiriendo y con cualquier cosa que dijera, estaría cavando su propia tumba, o peor.

–La hija de los Von Eldritch no deja de repetir que Charlie tomó el libro a escondidas –retomó Lucifer–, pero Charlie no ha estado en tu casa hace mucho tiempo, demasiado.

–Me gustaría tener una explicación para ello, sin embargo me temo que me encuentro casi tan sorprendido como debiste estarlo al enterarte. –Ambos sabían quién era la aparente responsable, pero Stolas jamás se atrevería a desproteger a su hija incluso ante el mismo Lucifer.

–Stolas –llamó el ángel caído con mirada severa–, sé que amas a tu hija, así como yo amo a la mía y por ello estoy seguro de que si desapareciera de la noche a la mañana, rodarían cabezas; así que te sugiero que en adelante tengas cuidado con ella, porque si esto le sucedió a Charlotte, nada asegura que no le ocurra de igual manera a Octavia. –La ira ante la amenaza hirvió la sangre del demonio búho–. Como has dicho, estoy de buen humor ya que pronto tendré de vuelta a mi hija, así que dejaré el zanjado el asunto, porque estoy seguro que no volverá a ocurrir, ¿o sí? –Stolas se vio obligado a sonreír pese a su coraje.

–Puedes estar tranquilo –dijo con ademán elegante–, me aseguraré de resguardar a mi Via para que nada así le suceda, espero que sea lo mismo con tu hija.

~♤~

Después de encargarse de su atuendo, Alastor bajó y volvió a donde Charlie, encontrándola recostada y dormida en el sillón mientras que Rosie permanecía sentada en el borde del mueble a su lado. La dueña del emporio, al ver a Alastor acercarse informó:

–Intenté decirle que me acompañara arriba para que estuviese más cómoda, pero apenas abrió los ojos, los volvió a cerrar, por lo que preferí ayudarla a recostarse lo mejor posible. Debe estar agotada.

–Te lo agradezco Rosie, querida –La aludida se puso de pie, tomó la bandeja tal cual la había dejado y avanzó hasta detenerse al lado de Alastor–. Se ve aún más dulce mientras duerme –comentó, mirándolo de forma cómplice antes de retirarse y dejándolos a solas.

El sitio estaba prácticamente en penumbra, lo único que evitaba que la oscuridad fuera completa era la luz de la farola de la calle que conseguía filtrarse a través de las cortinas del local. En medio de la calma que se percibía, pese al sonido de la música velado por la lluvia, cobijado por el anonimato Alastor se sentó en el suelo y recargó su brazo en el mueble en el que Charlie yacía para contemplarla de cerca. Quería digerir ese enredado cúmulo de emociones que lo tenía tan alterado.

Su expresión era enigmática: su sonrisa suave, acompañada de esos ojos que despedían añoranza mientras la miraba; Alastor se perdió en aquella respiración pausada, en su bello rostro de ojos cerrados; en el recuerdo de los días vividos, de su canto, de su baile, de su brillo, de su sonrisa; de la idea de que en el futuro inmediato, la perdería.

Hubo una vez en Nueva Orleans (Charlastor)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora