DOLOR DE AMOR

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SAINT

Oh no... eso sí que no. No iba a permitir que me dejara allí plantado, llorando y con el corazón destrozado. Me daba igual lo que él quisiera, que se pudra, no pienso respetar su petición... ¿Qué no lo toque? .....NO!!!.

Aún conservaba mi postura sobre la cama, sentado sobre mis rodillas y completamente desnudo, con el cuerpo lleno de crema sobre los moretones que me había provocado Perth. A pesar de mi aspecto frágil y de mi dolorido cuerpo, me armé de valor. Era hora de comportarse como un adulto... ok, más bien como un niño mimado pataleando por su juguete , me daba igual, el hecho era que debía hacer algo. No iba a quedarme tranquilo sabiendo que en la cabeza de Zee se libraba una batalla que decidiría mi futuro amoroso.

Me sequé las lágrimas y me estrujé los ojos, intentando relajarlos, masajee mis sienes para que el dolor de cabeza por el llanto se redujera un poco y me levanté de la enorme cama decidido. Demonios, si quería arrancarme la piel a tiras que lo hiciera, pero que lo hiciera ya.

Caminé hacia el baño, donde se podía oír el sonido del agua de la ducha cayendo. Abrí la puerta y tras la cortina se intuía la silueta de Zee. La enorme sombra que proyectaba su cuerpo me intimidó, sí que era grande, pero yo estaba más molesto que la palabra. No iba a dejar que me ignorara, ya lo había decidido así que no había tiempo para cobardías.

Avancé con paso más lento del que realmente quería, supongo que mi cuerpo aun no tenía el coraje que mi mente demostraba. Aun así no detuve mi avance y  abrí la cortina, provocando que Zee diera un pequeño brinco por el repentino gesto. Ni siquiera me había oído abrir la puerta. Me miró con los ojos como platos durante unos segundos para después tornar su rostro en una mueca de impaciencia y soltar un suspiro de exasperación. Se llevó las manos a la cabeza y habló:

- Saint, necesito tomar una ducha, te dije que me dejes tranquilo y descanses. – Su semblante se mostró duro, apretando la mandíbula como había hecho incontables veces desde que me sacó de casa de Perth.

No lo escuché, no tenía ninguna intención de hacerle caso. Sin embargo entré con él a la bañera, quedando de espaldas al grifo por donde salía el agua y de frente a él. Subí mis manos hasta mi pelo, echándolo hacia atrás junto con mi cabeza para que el agua diera en ella y mojarme el cabello, el resto del cuerpo se había mojado nada más entrar en la ducha. Cuando el agua recorrió todo mi cuerpo lo miré, intensamente. Volvía a estar nervioso, se le notaba por la forma en la que pasaba las manos por la cabeza, la forma en la que rehuía mi mirada de manera inútil porque aunque parecía no querer mirarme, también parecía no querer dejar de hacerlo. Tensó varias veces la mandíbula, estaba nervioso...

Hasta que por fin hizo un movimiento... sus enormes manos me arrinconaron contra la pared, una a cada lado de mi rostro y me clavó su profunda mirada en los ojos. Ese hombre me dejaba sin aliento, no podía evitarlo, ahora quien estaba nervioso era yo, sólo un gesto suyo y mi corazón latía como poseso haciendo que mis piernas temblaran. Las tornas habían cambiado y mientras yo necesité de todo mi valor para seguirlo hasta el baño, él solo tuvo que hacer el movimiento de arrinconarme.

Comenzó a acercar su rostro al mío sin apartar la mirada, con cara de enojo pero a la vez de deseo. Empecé a estar ansioso, quería que me poseyera, que me hiciera el amor, con pasión, con deseo, con toda la fuerza que su cuerpo era capaz de mostrar. Quería sentir que aún me deseaba y lo más importante, que aún me pertenecía.

- Maldito conejo... - Una de sus manos rodeó mi cintura y me atrajo hacia él, quedando nuestros cuerpos pegados y mojados. – Te vas a arrepentir, y me va a dar igual. No pienso escucharte si quieres parar a medio camino, voy a hacer lo que se me dé la gana y como me dé la gana. Sólo recuerda que tú te lo has buscado.

Junto a Mi ADAPTACIONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora