— Soy Anne Hawkins. Vivo en una casa antigua en la concurrida ciudad de Londres, acompañada siempre por mi mascota, el señor Fluggel, un gatito negro siamés. He escuchado cientos de reportes policiales donde denuncian atracos a personas mayores de ochenta años, y estoy preocupada.
Así es. La señora Hawkins es una anciana senil y obesa que ha vivido cerca de una centena de años en una abandonada casucha en el centro de la capital. Según rumores, perdió un ojo en un accidente un día que caminaba hacia el mercado. El otro no se encontraba en su cara de nacimiento. Muchos han sido los intentos de esta señora de admirar su bello rostro, que incluso ha recurrido a colocarse un ojo de cristal, aunque no pueda observar siquiera los harapos con que viste. Mas no duró mucho en su grasienta cara, puesto que cayó súbitamente en un plato de estofado que había preparado aquella noche. Para guiarse por los lúgubres y entristecidos pasillos de su hogar no recurre a un bastón, puesto que son muy caros. Simplemente utiliza al señor Fluggel, quien preocupado por su ama en cualquier situación de riesgo, hace replicar el cascabel que cuelga de su cuello.
Pero una noche bastaría para dar fin a aquella película tan mala de horror. La anciana sintió un leve sonido proveniente de la sala principal. Inmediatamente replicó.
— ¡Señor Fluggel! —con voz soberbia.
Lo próximo en escuchar fue el tierno maullido de su adorada mascota. Así que se llenó de tranquilidad. Ante cualquier peligro, su mascota habría de tocar el adorno que se encontraba en su cuello.
La señora Hawkins se dirigió al baño en medio de la madrugada, mas no pudo completar su recorrido, puesto que resbaló justo antes de abrir la puerta. El cascabel no se sintió. Unas manos fuertes envolvían el cuello de la debilitada señora, quien en un vano intento por no perder la vida, extendía los brazos por el suelo con tal de llamar la atención de su acompañante. Cuatro y cuarto de la mañana. Tranquilidad. En la casucha no vivía nadie, a partir de ahora, por supuesto. No pasados cinco segundos se escuchó un sonido peculiar: ¡Tilín, tilín!
El ladrón vació la casa como pudo. Le había dado una limpieza tal cual que la propietaria hubiera estado orgullosa de tal hazaña en sus años de lucidez. Así sin más, se retiró, dando un fuerte portazo en señal de despedida. El gato, sin enterarse de nada, había pasado de ser guardián a cómplice del asesinato de la persona que más amaba.
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Historias Escritas con Sangre de Rosas
Horror¿Asustado de estar solo en tu habitación? ¿Preocupado porque algún monstruo pudiera tomar tu cabeza en medio de un sueño placentero? Cada misterio de nuestro mundo merece respeto. Así que, recoge tu sábana, enciende una pequeña vela, cubre los espej...