Nunca Mires Debajo De Tu Cama

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Sally siempre había sido mi amiga. Nos conocíamos desde el jardín de infancia. Juntas hicimos miles de promesas, compartíamos miles de secretos. Incluso hicimos las llamadas "pulseras de la amistad", que estaban confeccionadas en su mayoría por varias flores, hojas y otros frutos secos del bosque. Juramos que nunca nos las debíamos quitar, como prueba de nuestra duradera amistad.
Han pasado diez años desde que no veo a Sally. Por problemas familiares, debí mudarme hacia Houston, algo que en verdad me dolió pues me separaría de ella. Mi padre, dueño de banco y mi madre, aeromoza arraigada, casi nunca se encontraban en su domicilio, por lo que podía dedicar numerosas horas a pensar y estudiar sobre varios temas.

Un día lluvioso. Nada más hizo falta.

Las noticias del viejo televisor se hicieron virales por toda Internet. Un loco había escapado del manicomio local. Podría sentirme asustada, pero a los dieciocho años una aprende a hacer más cosas que manejar un auto y escribir un diario en las tardes nubladas. No era difícil refugiarme del peligro externo.
Así pasaron las horas. A la mañana siguiente, noté que una carta había llegado a mi buzón. La misma tenía el remitente en blanco, y asombraba leerla, ya que mencionaba un nombre familiar para mí: Sally.

"Ahora mismo Sally se encuentra en un campo lleno de flores armando varios brazaletes de la amistad", decía. No comprendí la frase al principio, pero la curiosidad quemó mi cuerpo. Día tras día, leía cada carta que se colocaba misteriosamente en el buzón. Tal vez podría conocer cómo se encontraba mi amiga después de tanto tiempo, o no.

— Dioses, olvidé cerrar la puerta. Menos mal que este es un vecindario tranquilo.

El Sol se ocultó y aproveché para tomar un baño de espuma. De vuelta en mi habitación, me recosté en mi cama y aproveché para despejar mi mente. Casi al dormir, mientras me despojaba de mis prendas, un arete se me escurrió de entre los dedos y cayó debajo de donde me encontraba. Me agaché, y mi mente se paralizó. Una sonrisa de oreja a oreja y unos dientes amarillos me saludaron. Unos ojos oscuros hicieron que me cuestionara mi existencia.

— ¿Es tuyo? ¿Quieres acompañar a Sally?

En ese momento mi corazón momentáneamente se detuvo, para luego ir a parar debajo de los bastidores de mi propia habitación. "Nunca mires debajo de tu cama", debí haber hecho caso a este refrán tan mencionado, puesto que ahora y para siempre, no tendré oportunidad de decirle a mis padres lo tanto que los amaba.

Historias Escritas con Sangre de RosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora