Dulces Atrapasueños

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Me llamo Floyd, y soy una naturalista que dedica muchas horas del día a día al cuidado de las flores y la protección de los animales. Vivo en la zona norte de Honolulu, sola. Nunca me había interesado formar grandes amistades ni tener una historia de amor complicada. Mi casa es una cabaña rústica hecha con los mismos materiales que me brinda la naturaleza, así que no tengo de qué preocuparme.

Ahora bien, mi cuarto es un poco pequeño, pero bastante cómodo. Una tarde lluviosa es por lo que rezo cada día, puesto que una de mis ventanas improvisadas se impregna con el rocío de cada una de estas plantas. Al fondo en la pared, tengo tres atrapasueños. Gracias a ellos me siento protegida. Además, una estantería llena de libros, varias hojas y una plumilla con tinta son algunas de las cosas que no podían faltar.

Pero desde hace varias semanas atrás, he estado un poco preocupada. Como vivo sola, el peligro puede estar detrás de mí y yo ni siquiera darme cuenta. Y así era.

Una noche fui al bosque a asegurar provisiones y observé un cierto rito de parte de algunas personas, con capuchas negras. En el centro sacrificaban a un ciervo. No podía saltar y atacarlos, porque aunque quisiera, había algo que me lo impedía. Decidí volver con algunas ramas entre mis manos, esperando que no me hubieran visto. Pero para infortunio mío, una cabeza se giró al yo pisar accidentalmente una rama en mi viaje de vuelta.

Corrí y corrí hasta mi hogar. Parecía que los miembros de aquella secta que había divisado no me seguían. O eso creía. Aseguré puertas y ventanas y me refugié bajo mi sábana. Justo antes de dormir veía como siluetas se asomaban por las rendijas de los tablones, e incluso algunas estaban dentro conmigo. Me calmé, no sé como, pero logré dormir.

Al otro día desperté alarmada, pero no había nadie.

— Bien, momento de relajarse.
Tomé lo que todos los días, "un batido especial" según yo. Me dediqué a escribir un rato y ahogué mis penas con un poco de alcohol. El sudor llegaba hasta las partes más recónditas de mi cuerpo. Algo que era de esperarse.

Llegada la noche, y aún nerviosa, caí en la cama. Extendí mi sábana de pies a cabeza, no sabía si todavía continuaban acechándome. Caí dormida profundamente, pero en mi sueño, mi sueño, algo andaba mal. Una figura negra con máscara tiki se me acercaba más y más, y más, hasta que me arrancó la cabeza y la sangre salió desparramada. Mi respiración se detuvo en ese instante, y mi vida también. Mi corazón se había pausado para siempre.

A la mañana siguiente, un equipo de forenses vino a recoger el cuerpo de Floyd. No en vano revisaron su expediente, tratando aún de creer su causa de muerte.

— Así que arritmia cardiaca causada por alucinaciones.

— Sí, resulta que cada mañana consumía opio. Este tazón es prueba de ello.

Historias Escritas con Sangre de RosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora