Vivo en una casa sumamente grande con mis dos hermanos, Fred y Loren. A propósito, soy Ted, y tengo diez años. No es común que tres niños pequeños vivan solos, y menos que su familia haya decidido irse de viaje sin aviso. No nos reuníamos mucho, solo sabíamos que el otro andaba bien por la hora de la cena. Por eso, y para mantener la seguridad y todo en la casa en orden, les propuse "jugar" cada día desde su cuarto con un teléfono rudimentario que habíamos inventado, hecho con varios vasos y una soga sumamente larga.
Parecía que me odiaban por ser el mayor. Pero yo no a ellos. Era algo extraño, a decir verdad. Supuestamente como éramos hermanos, este sentimiento debía ser mutuo.
Así pasaron los días, las semanas, los meses. Cada cual en su habitación, porque detestaban mi presencia. Hasta que llegó ese día. El 9 de marzo, se aproximaba una tormenta local, pero aquello no sería lo que más nos asustaría. Bajé hasta el primer piso a recoger un poco el salón, y escuché algo afuera. Me asomé por la ventana, y lo que observé me impactó.
Una figura, vestida con una máscara con cabeza de cerdo y con un hacha de carnicero en la otra mano, amenazaba con irrumpir en la propiedad. Se sacó las botas, y sus pies desnudos tocaron las maderas de la entrada principal. Mis pies temblaban. Quería gritar, pero ahora mismo las vidas de Fred y Loren eran más importantes. Así que me oculté, y mientras el supuesto asesino entraba y registraba en la casa, aproveché para subir las escaleras y encerrarme en mi cuarto. Una vez allí, me comuniqué con ambos.
— ¿Me escuchan? ¿Me escuchan? ¡Ni se les ocurra salir ahora! ¡Háganme caso por una vez en sus vidas!
Me respondieron afirmativamente, para sorpresa mía; estaba un poco más aliviado. Sin embargo, no correría con la misma suerte de ellos dos, de olvidarlo todo rápidamente.
De un momento a otro, sentí como el hombre entró al cuarto de Loren y la despedazó. Esto último lo escuché por el teléfono, igual que sus alaridos pidiendo clemencia.
Prosiguió hasta el cuarto de Fred, y el hacha cayó sobre su cuerpo. Mi pobre hermano ya no estaría a mi lado mucho más. Lloré, grité y decidí hacerle frente al hombre, yendo hasta el cuarto de lo que había sido su segunda víctima.
Cuando abrí la puerta, me petrifiqué. Un río de sangre inundaba el cuarto. Varios órganos de mi hermanito estaban regados por el suelo. Su cara, en última instancia, tenía marcadas varias lágrimas y unos cuantos mocos le habían salido por la nariz. Caí al suelo, incluso me oriné encima. Pero el hombre parecía que no tenía piedad de mí, o al menos eso pensaba.
— La vida da, la vida lleva. Ahora es tu momento de contar la historia.
Seguidamente el sujeto abandonó el cuarto, pero esas palabras quedaron grabadas en mi mente para siempre. Con el tiempo llegó la policía y yo, ahora después de quince años, todavía sigo internado en un hospital psiquiátrico.
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Historias Escritas con Sangre de Rosas
Horror¿Asustado de estar solo en tu habitación? ¿Preocupado porque algún monstruo pudiera tomar tu cabeza en medio de un sueño placentero? Cada misterio de nuestro mundo merece respeto. Así que, recoge tu sábana, enciende una pequeña vela, cubre los espej...