Capítulo 11 📚 La curiosidad es amarga

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La curiosidad es amarga


-¡No llamen a mis padres! – pide Mariana por tercera vez desde que salimos de la casa de Luca.

Camilo conduce su volvo a más de ochenta, totalmente concentrado en la carretera y en llegar cuanto antes a un hospital. Mariana y yo vamos en el asiento de atrás.

Intento calmarla, pero yo misma estoy a punto de sufrir un ataque de nervios con la velocidad a la que vamos y los sollozos de Mariana.

-Nosotros no vamos a llamarlos – digo, porque es lo único que puedo prometerle.

Su padre inauguró una gran parte del hospital y los doctores estarán más que dispuestos a contárselo enseguida por miedo a hacerlo enojar si no lo hacen. Lo más seguro es que todo el mundo se entere antes del amanecer de lo que le pasó a Mariana.

-Tampoco quiero que se enteren ellos ni nadie de lo que estuve a punto de hacer – suplica, recostada sobre mi hombro.

De soslayo veo el corte profundo en la frente de Mariana del que no deja de manar sangre. Su vestido plateado está salpicado de rojo, tiene la piel del codo en carne viva y aunque no parece grave, se extiende casi hasta la muñeca. También tiene un tobillo demasiado hinchado con respecto al otro.

Fue toda una hazaña de película haberle salvado la vida.

Cuando se soltó del barandal, logré sujetar una de sus manos justo a tiempo. Camilo acudió enseguida, la tomó por los brazos y tiró de ella hasta ponerla a salvo. No sé qué habría ocurrido si él no hubiera estado ahí porque Luca y yo no teníamos la suficiente fuerza para alzarla. No obstante, la cabeza de Mariana ya había golpeado una de las piedras al resbalar y se lastimó el tobillo en un intento desesperado por evitar caer.

Ismael Cifuentes nos mataría en este preciso momento sin mediar palabra si viera el estado en el que se encuentra su hija. Siempre fue muy déspota y cruelmente exigente con Rafael, algo que presencié no una sino muchas veces cuando fui su novia, pero Mariana era su hija del alma.

-Lo único por lo que debes preocuparte en este momento es por recibir atención médica, Mariana.

Mi voz suena más áspera de lo que pretendo pero me tiene sin cuidado.

¿Cómo fue que una noche de celebración en la que yo pretendía relajarme y estar tranquila, se convirtió en otro episodio trágico?

-Prométeme que nadie va a enterarse de lo que estuve a punto de hacer – insiste, como si no hubiera escuchado lo que dije -. Promételo, Fernanda.

-¿Entonces qué quieres que diga? – pregunto – Necesitas ayuda psicológica y para eso, debes ser sincera con tu familia sobre lo que te está pasando.

Mariana no contesta.

-Fernanda, no dejes que se duerma – advierte Camilo en tono acuciante.

Yo me vuelvo hacia ella y en efecto, noto que ha cerrado los ojos.

La separo de mi cuerpo y comienzo a palmear sus mejillas, primero con suavidad y luego un poco más fuerte mientras repito su nombre casi a gritos.

Al final despierta y parpadea a su alrededor, alarmada. En cuanto me ve, una expresión de sosiego la embarga.

-Ah, Fernanda – dice Mariana -. Me alegra que estés conmigo.

Yo suspiro, derrotada.

-Está bien. Lo prometo, Mariana.

Mi Ave Fénix, Libro IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora