Capítulo 8 📚 La llave

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La llave


Estoy sentada en una de las mesas de la cafetería de la universidad, terminando de pulir el trabajo escrito para la clase de Meléndez. Justo como me lo esperaba, dijo que yo usaba palabras demasiado "pomposas e incomprensibles" y que debía limitarme a escribir de manera técnica y simple.

No me dijo cuáles eran exactamente, las palabras que debía cambiar así que tuve que releer mi trabajo de nueve páginas y corregir lo que consideré conveniente. En realidad yo había respetado al pie de la letra las frases y explicaciones que encontré en internet sobre la historia del baloncesto y había citado correctamente a los expertos en deporte que hablaban sobre ello. Era muy poco lo que yo había escrito con mis propias palabras porque no se trataba de un ensayo. Sin embargo, Meléndez estaba convencido de que yo intentaba insultarlo al hacer alusión a términos que él no conocía.

Lo cierto es que todos estaban referidos al deporte, el campo de él, de modo que si no sabía de lo que yo hablaba, no me quedaba muy claro cómo había pasado por la universidad sin aprender los conceptos básicos de su profesión.

Yo desde luego, no podía decirle eso y tampoco tenía más opción que tratar de hacer las cosas a su modo.

Si Meléndez aprobaba mi trabajo al fin, tendría que preparar una presentación para dentro de dos semanas, ya que la clase del próximo lunes la emplearía realizando las pruebas para las competencias de natación en septiembre.

-Hola, Ruiz.

La voz aterciopelada de Luca llega a mis oídos antes de que pueda verla.

Como apenas son las diez y media de la mañana, la cafetería está bastante vacía porque la mayoría de los estudiantes está en clase.

El profesor de literatura medieval nos asignó un ensayo para entregar ese mismo día y nos dio las cuatro horas para hacerlo. No obstante, yo lo terminé en dos horas y media, así que pude salir un poco antes que mis compañeros.

Luca avanza hacia mí con pasos lentos e inseguros, algo inusual en ella, ya que siempre se mueve con la seguridad que le dan su carácter y su dinero.

-Lo siento, Luca – digo mirándola a los ojos.

Ella se echa un poco hacia atrás, luego se queda mirándome como si no me conociera. Al final, sonríe con reserva.

Resulta claro que esperaba cualquier reacción de mi parte, menos esa.

-¿Qué dijiste? – encoge los hombros – Es que no te escuché bien.

Yo pongo los ojos en blanco y suspiro.

-¿Quieres que me arrodille y te pida perdón como en las novelas épicas? Porque no lo voy a hacer – la miro con seriedad -. Discúlpame, Luca. No debí haberte hablado como lo hice el otro día. Si no hubiera sido por ti y tu padre, yo aún estaría en un reformatorio o en alguna prisión. Prometo que voy a pagarle a tu padre el dinero de la fianza. No sé cuándo ni cómo pero ten la certeza de que lo haré.

Luca se sienta frente a mí con esa gracilidad que la caracteriza, dejando atrás la rigidez que tenía hace unos instantes.

Me señala con un dedo.

-Por eso es que no quise decirte nada sobre eso. Yo no lo hice esperando que le devolvieras el dinero a papá algún día, y él tampoco. Sabemos que tú...

Luca se corta de repente y parpadea, avergonzada.

-¿Que yo qué? – la animo - ¿Que soy pobre?

Mi Ave Fénix, Libro IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora