Capítulo 4 📚 Decepción

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Decepción


La clase del martes es, definitivamente, una de mis favoritas.

Podría escuchar al profesor JP, como le gusta que lo llamemos, hablar de la historia de la literatura durante veinte horas seguidas y nunca me cansaría.

Además de haber adquirido con honores su título como filólogo, Javier Palacios tiene dos maestrías enfocadas en literatura clásica y es el ser humano más inteligente que conozco.

Nunca alardea de sus títulos frente a nosotros. Tiene la capacidad de mantener nuestra atención sólo hablando y hablando de las épocas en las que las personas sostenían un libro entre las manos por tanto tiempo como sostienen ahora un celular.

Es fascinante.

Opino en unas cuantas ocasiones porque he leído algunos de los libros que menciona.

Generalmente, soy bastante tímida y suelo permanecer callada durante las clases porque prefiero escuchar. No obstante, es tanta la admiración que siento por la manera en que JP ve la literatura, el amor con que habla de los libros y cómo es capaz de citar las partes favoritas de sus lecturas a la perfección, sin errar una sola palabra, que no puedo quedarme callada cuando nos pregunta lo que pensamos sobre alguna obra.

Sus ojos penetrantes nos miran a través de sus gafas de montura negra y escucha con atención lo que mis compañeros y yo decimos.

Ha sido mi maestro en cuatro asignaturas distintas y aunque mis notas no han bajado de cuatro punto siete en sus clases, lo más maravilloso de JP es la capacidad que tiene de hacer que nosotros nos enamoremos aún más de los libros.

Sólo alguien que ame leer es capaz de sembrar en otros esa misma pasión.

En muchas ocasiones, cuando siento que las dificultades en mi vida son mucho más fuertes que yo y que debería renunciar a la universidad, recuerdo las palabras de JP y la forma en que brillan sus ojos cuando habla de libros.

Luego del accidente, pasé alrededor de cuatro meses en el hospital recuperándome de las cirugías reconstructivas. Mamá iba a visitarme todos los días, me llevaba flores y me hablaba a pesar de que yo no podía contestarle por los tubos que tenía en la garganta.

JP fue en un par de ocasiones y en una de ellas, me llevó una pequeña pila de libros clásicos que yo había querido leer pero que no había podido encontrar en la biblioteca.

Esos libros me mantuvieron en pie mientras soportaba las dolorosas recuperaciones, los pinchazos, los medicamentos, las terapias, los calambres nocturnos y las terribles depresiones que me acechaban y me hacían desear la muerte.

Los libros me salvaron del abismo insondable en que yo había caído debido a la pena de perder a mi padre y de saberme mutilada.

Fue horrible.

La primera vez que me retiraron las vendas y vi cómo había quedado mi cuerpo, enloquecí y traté de huir del hospital. Tuvieron que sedarme y atarme a la cama para que no me hiciera daño.

Fue entonces cuando comprendí que había dentro de mí una parte oscura que aguardaba pacientemente el momento propicio para destruirme y acabar conmigo. Y eso era lo que ocurriría si yo lo permitía. La lucha más dura que había librado había sido contra mí misma, contra esa fuerza venenosa que yo tenía adentro y que no cesaba de repetirme que la muerte era la solución más sencilla a la pesadilla que estaba viviendo.

Yo libraba esa lucha todos los días desde entonces.

Tomás era una de las motivaciones más grandes que yo tenía, aparte de los libros, para seguir adelante y no me dejarme vencer.

Mi Ave Fénix, Libro IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora