Epílogo

102 12 12
                                    

Epílogo


Los pies de Alex se movían de manera inevitable, una costumbre que no había podido erradicar por mucho que se esforzara. Descubrió desde muy joven que la ansiedad era una de las trabas más grandes con las que tendría que lidiar en la vida. Por eso se fumaba paquete y medio de cigarrillos cuando apenas tenía dieciséis. Recordaba lo mucho que le había costado dejarlo y decidió que mover los pies como robot descompuesto no estaba tan mal después de todo.

Un tipo alto y delgado se acercó por el corredor escasamente iluminado. Alex permaneció inmóvil, pero todo su cuerpo se encontraba en estado de alerta, presto a reaccionar ante la más mínima señal incorrecta. Había detectado su presencia por los cambios en las sombras que se proyectaban sobre las paredes descascarilladas y el suelo de madera astillada.

Como el hombre se limitó a detenerse a mitad del corredor, sin decir nada, Alex lo miró de soslayo; el otro inclinó la cabeza con un movimiento brusco y rígido, indicándole que lo siguiera. Alex lo hizo. Se puso en pie y acarició la Glock que llevaba guardada en la parte trasera de su pantalón. Lo hizo más por instinto que por prevención; nunca se sentiría solo si llevaba a su vieja amiga siempre con él. Su única amiga.

El tipo giró en una esquina y abrió dos puertas dobles. Alex vio el fuego resplandecer incluso antes de entrar. Las puertas se cerraron tras él con brusquedad. Lo primero que hizo fue buscar con la mirada una ventana o una segunda puerta en caso de que tuviera que salir de manera intempestiva.

Alex ya había perdido la cuenta de todas las ocasiones en las que creyó que iba a morir y podría decirse que estaba preparado para ello. Sin embargo, lo único que esperaba era que, una vez la muerte viniera por él, lo hiciera de frente y que él pudiera verla venir; no quería que lo cogiera desprevenido.

El fuego ardía en la chimenea y Alex agradeció la suave oleada de calor que llegó hasta él, ya que tenía los dedos entumecidos por el frío. Aunque hubiera querido acercarse más, se limitó a detenerse en el centro de la estancia con las manos pegadas a los costados y la vista puesta al frente. Ya había visto al hombre que estaba de espaldas a él en un rincón. Se oyó un tintineo de vasos y un sonido de líquido al ser vertido, así que seguramente se estaría sirviendo un trago.

No obstante, cuando el hombre se volvió, sostenía dos vasos de Whisky y le tendió uno a Alex.

Él carraspeó un poco mientras pensaba en la forma correcta de dirigirse a su interlocutor. Era su jefe, desde luego, la persona que pagaba su nada despreciable sueldo, pero Alex no lo llamaría de esa forma y tampoco se referiría a él como "señor". Si una cosa había aprendido del bajo mundo es que el respeto no se ganaba inclinándose y lamiéndole el culo a nadie, sin importar lo poderoso o peligroso que fuera.

-Preferiría que me dijera lo que quiere que haga y ejecutarlo enseguida – replicó con acritud.

El jefe sonrió de medio lado, pero no fue una sonrisa tranquilizadora en absoluto. Era un hombre de mediana estatura, delgado y con la piel pálida grisácea, tirante contra el cráneo que encubría a una máquina en lugar de a un ser humano. Su expresión carecía de toda emoción mientras miraba a Alex.

-Me gusta que seas solícito y directo, Alex – asintió con aparente aprobación.

Cuando lo observó con atención, Alex notó que sus ojos eran grises y rasgados. Él ya había visto ese color tan inusual antes y una chispa se encendió dentro de él al recordar a quién pertenecían. Pero los ojos que estaba viendo en ese instante carecían por completo de toda la dulzura, vivacidad e inocencia que caracterizaba a los de Fernanda.

Mi Ave Fénix, Libro IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora