Capítulo 16 📚 El Cuervo Rojo

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El Cuervo Rojo


Al menos algo positivo salió del incidente con el Video Beam.

Ya no tendré que asistir a ninguna de las clases de Francisco Meléndez durante lo que me queda de carrera y tampoco estoy obligada a verle la cara.

La decisión final la tomó Pedro Estrada, el decano de la facultad de literatura luego de que yo le expusiera mis argumentos y JP apoyara mi reclamo.

Llené el formato que me entregó Bertha, hice una copia y luego lo presenté en la oficina de registro ya diligenciado. Como todo el mundo se enteró de lo que ocurrió, no pasaron ni tres días para que Camilo, Meléndez y yo fuéramos citados a una reunión urgente con el decano. JP logró colarse, no sé cómo. Supongo que su popularidad y aceptación entre los estudiantes tuvo mucho que ver, lo cierto es que su presencia fue más que oportuna.

Yo conté todo lo que ocurrió y aunque en ningún momento sugerí que Meléndez había sido negligente, él se defendió diciendo que el Video Beam lo había llevado yo y que él no tenía la culpa de que yo tuviera tantos enemigos. Camilo por su parte, aceptó que había destrozado el aparato y se comprometió a entregar uno nuevo en un plazo de un mes con la referencia del modelo en la mano.

El decano asintió de manera conforme y estaba dispuesto a terminar la reunión, ya que se había resuelto la cuestión del Video Beam. Yo le dije que no iba a soportar más esa zozobra de sentirme juzgada y que no me sentía cómoda en las clases de recreación deportiva.

Meléndez se quedó mirándome con esa aversión infinita y dijo que yo estaba siendo más que exagerada. Cuando el decano torció los labios y aseguró que no podía hacer nada más por mí, le sugerí la posibilidad de entregarle los trabajos restantes a Meléndez de manera virtual, ya que de todos modos, no tenía sentido que yo asistiera a sus clases si no hacía deporte.

El decano se mostró reacio al principio y Meléndez, en su ánimo por atormentarme, alegó que no sería un buen ejemplo para los demás estudiantes si se me exoneraba de asistir a las clases además de no hacer deporte. Dijo que mis compañeros podrían presentar una queja por desigualdad académica.

El decano volvió a torcer los labios, dándome a entender que Meléndez tenía razón.

Fue entonces cuando saqué mi carta dorada, la que estaba reservando y que esperaba no tener que usar.

Les dije que yo no me sentía capaz de hacer una presentación para la clase de Meléndez después de lo que pasó, que no podría tolerar otra humillación de esas, así que si tenía que verme obligada a asistir a recreación deportiva, prefería suspender mi semestre.

La suspensión indicaba que mi carrera quedaba en pausa y que tenía un plazo de un año para retomarla. Yo había leído las condiciones establecidas por la beca y la suspensión estaba permitida.

No era lo que yo quería, porque precisamente, lo que yo perseguía afanosamente era terminar mi carrera cuanto antes para conseguir un mejor empleo en Colinazul o incluso en otra ciudad. Yo sabía que al término de ese año, Meléndez seguiría en la universidad, enseñando la misma asignatura, pero yo contaría con ese tiempo para intentar convencer a las directivas de permitirme ver una asignatura más encaminada a la literatura. Incluso podría conseguir un segundo empleo en alguna librería con el vacío que me dejaría la universidad durante ese año.

El decano permaneció meditabundo al ver la seguridad con la que yo hablaba.

JP intervino en ese momento y me defendió con su elocuencia.

Mi Ave Fénix, Libro IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora