Simplemente una carga

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Abrió los ojos y vio una deslumbrante luz blanca, estaba aprisionada en una habitación desconocida de paredes en tonos claros y cortinas enormes. Había decidido abrir los ojos ya que tenerlos cerrados era peor, estaba demasiado mareada... era demasiado dolor, tenía frecuentes molestias, pero ahora sentía que alguien pasaba una demoledora por su cabeza, cerró los ojos como temiendo que si los mantenía abiertos pudiera ver aquella demoledora acercándose. Se percató, demasiado confusa y algo alarmada, de lo que había a su alrededor; pues hasta donde podía recordar, se había quedado dormida en su habitación y ahora las luces brillantes que tenía encima de la cabeza le deslumbraban. Estaba recostada en una cama dura y desnivelada, una cama con barras. Las almohadas eran estrechas y un molesto pitido sonaba desde algún lugar cercano. Unos tubos traslúcidos se enroscaban alrededor de su mano y brazo derecho, incrustados en su piel con jeringas que introducían un líquido amarillento y otro transparente. Alzó la mano para quitárselos, pero Sherlock volteó a tiempo de verla entre abrir sus labios y dejar escapar un leve gemido de dolor —ya que se encontraba mirando por un momento hacía la ventana—.

—No te los quites —ordenó el rizado.

Se apresuró hasta ella y con sus largos dedos le atrapó la mano, que cosquilleó como una pequeña carga eléctrica. Nunca podría escapar; él no se daba cuenta o no quería admitirlo, pero a juzgar por su forma de actuar, parecía que, si Johanne Watson se lo proponía, podía tenerle a sus pies cuando quisiese.

—Calma, tranquila John.

Aquella voz era tan... tan suave pero a la vez tan familiar, pestañeó y lo pudo ver mejor. Aquellos ojos eran todo lo que deseaba observar.

— ¿Cómo te sientes?

Johanne quería responderle pero la había impactado, era un hombre muy guapo.

— ¿Te sientes bien?
—Si yo... ¿Qué sucedió?
—Tuviste un ataque de estrés y aunado al agotamiento quedaste en estado catatónico luego de una convulsión ausente. Llevas inconsciente cuatro días.
— ¡¿Cuatro días?! —intentó incorporarse de golpe por la impresión, pero un dolor la detuvo y se quejó. Además se agravó el mareo de la cabeza. Las manos de Holmes la empujaron suavemente hacia las almohadas.
—Los moretones por los golpes —refunfuñó el otro—. ¿Por qué no me dijiste lo que te ha pasado cuando pregunté si estabas bien?
—... —sabía a qué se refería y solo agachó la mirada, avergonzada—. No quería ser ninguna molestia. Luego de que te he causado demasiadas.

El ojiverde siseó, al parecer molesto.

—Tonterías. Deberías habérmelo dicho.
—Lo siento —intentó cambiar el tema—. ¿La abuela...?
—Está aquí, bueno, en el hospital. Se acaba de marchar para comer algo y tanto Lestrade como Stamford te han hecho visitas.
— ¿Han estado aquí? Pero... si la abuela se da cuenta...
—Relájate. Sé que si sabe la verdad te ¨prohibiría¨ acompañarme a resolver más casos y eso no te gustaría. Así que para explicar tus golpes le dije que rodaste por las escaleras al volver esa noche —hizo una pausa—. Debes de admitir que pudo suceder, eres demasiado despistada; aunque claro, tuve que soportar un poco sus reproches por hacerte trabajar demasiado sabiendo lo delicado de tu situación —lo dijo con una mueca curiosa, aburrida y desinteresada, levantando una ceja.

Suspiró ella, aliviada. Pero entonces sintió algo extraño en la parte inferior de su cuerpo, algo que le provocaba calor y opresión en cierta zona. Se miró por debajo de la sábana a la parte inferior del cuerpo, al enorme bulto que era su pierna. Los ojos se le llenaron de lágrimas y trató de tocarla pero no pudo hacerlo por el yeso que le pusieron, respiró profundo, como tratando de calmarse.

—Tranquila —Sherlock supo por qué iba a empezar a llorar—. No estás tan mal como la primera vez. Solo tendrás que llevar eso por dos semanas para que la rodilla vuelva a su lugar, fue un disloque mínimo.
— ¿Cómo estoy? —soltó otro suspiro, no quería parecer más débil frente a él, pero la voz le tembló.
—Bueno, aparte de la pierna, tienes grandes moretones por casi todo el cuerpo y dijeron que posiblemente duraras algunos días mas en recuperarte del dolor que te causara al tragar por la opresión en el cuello —y decidió no mirar al lugar mencionado, que estaba aun algo morado con las marcas dactilares de Sebastian—; te han estado alimentando por esos tubos mientras dormías.
— ... ¿Por qué estás aquí? —preguntó de repente al mirarle con atención lo informado que estaba de su situación, descolocándolo.

SHERLOCK ed IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora