Mis medidas

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— ¡NO, ALTO! —dijo apenas, antes de que el tirador jalara el gatillo.

Sherlock viró hacia la caja fuerte una vez mas, con lentitud y la respiración entre cortada. Johanne se sostuvo del suelo con ambas manos, importándole poco si le exigían volver a su posición anterior, cosa que no pasó. Ya no tenía fuerzas, su vista se nublaba y la garganta ardía con horror al no poder pasar saliva. Apenas podía escuchar el pitido de las teclas al ser presionadas por su jefe. En cuanto se abrió el cerrojo de la caja fuerte, los tres pudieron respirar mejor, pero aquello ocasionó un ataque de tos fulminante en la rubia, que se obligaba por permanecer cuerda y completa.

—Gracias señor Holmes, ahora ábrala, por favor.

Sherlock giró la perilla, y solo deteniéndose un segundo, dijo en voz alta para compartir una mirada de reojo hacía Irene:

— ¡Camafeos del Vaticano!

El rizado se agachó al momento que Irene golpeaba en la entrepierna a su verdugo y el disparo automático del arma dentro de la caja fuerte mataba a otro. Johanne se dejaba caer y el rizado volvía a ponerse de pie para golpear al líder del grupo con la culata de su misma pistola. Adler apuntó al que antes la tenía de rodillas.

— ¿Le importa? —preguntó el rizado al mirarla.
—Para nada —golpeó con fuerza al muchacho, noqueándolo.

Sherlock aprovechó la distracción de la mujer para tomar el teléfono celular y guardarlo en su bolsillo. Jo comenzó a ponerse de pie tan completa como le permitía la cabeza.

—Está muerto...
—Gracias, fue muy observador —agitada, sonrió Irene, mirando a Sherlock.
— ¿Observador? —sentada en otro de los sillones, cuestionó Watson a la anterior.
—Me siento alagada —pero Adler solo tenía ojos para Sherlock, ignorando a la rubia para vanagloriarse aun mas.
—No lo haga... —demandó el rizado.
— ¿Halagada? —continuó preguntando Watson, sin comprender nada, mucho menos con tantas ganas con el dolor que le generaba el siquiera mirar. Sacó una pastilla del frasco en su bolsillo y se la tragó de inmediato.
—Tienen que haber más, estarán vigilando el edificio —interrumpió Sherlock para evitar seguir con el tema y salió a prisa del cuarto, con Johanne intentando seguirle el paso.

Irene observó con temor la caja fuerte vacía al acercarse, en el instante que Sherlock salía al exterior de la casa.

—Deberíamos... llamar a la policía... —mencionó su compañera, aun algo agitada.
—Claro —y alzando el brazo que aún tenía el arma, soltó unos cuantos disparos al cielo—. Están en camino —volvió a entrar rápidamente.
—Por el amor de Dios... —se pasó una mano por la frente, tomando aire.
—Calla, así es más rápido. Revisa el resto de la casa, averigua como entraron —se encontró otra vez con la mujer, quien lo observaba asustada. Este sacó el móvil de su bolsillo, jugando tusadamente con el—. Ya nos encargamos de la caballería.
—Y eso es mío —alzó la mano, intentando parecer relajada.
—Supongo que todas las fotografías están aquí —en la pantalla apareció el sistema de bloqueo, exigiendo una contraseña.
—Tengo copias, por supuesto.
—Noup. Le habría deshabilitado cualquier tipo de conexión. A menos que el contenido de este teléfono sea único no podría venderlo.
— ¿Quién dijo que quiero venderlo?
— ¿Por qué estarían interesados? Lo que sea que este en este teléfono, es obvio que no son solo fotografías.
— ¡Ese teléfono cámara es mi vida, señor Holmes! Moriría antes de dejar que se lo lleve —se acercó a el, decidida a recuperarlo—. Es mi protección.
— ¡Sherlock! —el llamado en la suave voz de Johanne los interrumpió.
—Lo era —alejó la mano que contenía el móvil y la dejó plantada, dirigiéndose al lugar donde su asistente se encontraba.

SHERLOCK ed IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora