La mujer

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El helicóptero se acercaba cada vez más al palacio de Bukingham, confundiendo mucho a Johanne. Una vez en tierra, la introdujeron al gigantesco hogar de la reina, dejándola en un salón enorme, con puertas hacía otra aula más pequeña —al parecer una de las tantas salitas de estar en palacio—, en la que ya se encontraba Sherlock sentado en uno de los sillones al centro, forrados con terciopelo costoso, y su ropa en la mesita ubicada en medio. Ambos intentaron identificar el porqué de su estadía ahí, pero ninguno tenía la más remota idea. Johanne se acercó hasta sentarse al lado de él; miró a varias partes, observando los detalles, fascinada: los cuadros, sillones a cada esquina, paredes con partes de oro autentico, los ceniceros, pinturas y tapetes. Todo tan antiquísimo, y aun así en un estado de pulcritud máximo.

Por supuesto, todo era maravilloso ante los ojos azules de Johanne... hasta que sus ojos se estacionaron en algo más que la fachada del lugar. Para ser sinceros, en Sherlock —aun envuelto en aquella sábana blanca— ... y siendo más sinceros y precisos, en la parte baja de Sherlock.

—Eh... am... ah... —intentó encontrar la mejor frase para poder hacer su cuestión, pero al final fue inútil—. ¿Traes pantalones?
—No —contestó con la mayor tranquilidad existente.

Y Johanne adquirió la conciencia plena de que Sherlock estaba completamente desnudo a solo medio metro de ella.

—... Bien —los colores se le subieron a la cabeza instantáneamente, hirviéndole la cara casi tanto como para cocer huevos en ella. Estuvo muy segura que dejó de respirar ahora si por unos segundos.

La inesperada electricidad que fluyó por su cuerpo la dejó aturdida, sorprendida de que fuera posible estar más pendiente de la condición del hombre de lo que ya estaba. La rubia estuvo a punto de no poder controlar el loco impulso de extender la mano y rosar la tela para comprobarlo, porque bien podría jugarle una broma... y esa era —según ella— una buena excusa para romper ese muro de espacio personal al que estaba atada, y acariciar de nueva cuenta aquel rostro perfecto en medio de la privacidad del lugar.

Desvió la mirada antes de empezar a hiperventilar. Era absolutamente ridículo que se sintiera aturdida. No había razón alguna para ello. Intentó relajarse en vano, ya que la corriente eléctrica que parecía emanar de algún lugar de su cuerpo no cesaba nunca. De forma esporádica, se permitió una última ojeada en su dirección, ya que él no parecía alterarse en ningún momento. El abrumador anhelo de Watson de tocarlo, también se negaba a desaparecer.

Todo eso hasta que el detective consultor soltó en una carcajada contenida mirándola por un momento en ella, lo cual la ayudó a relajarse bastante y regresar a Tierra de a poco, sintiendo a la gravedad haciendo su trabajo.

—En el palacio de Buckingham —excusó para poder cambiar de tema tan rápido y así no sufrir un paro cardíaco fulminante, evitando verlo de nuevo por obvias razones— Perfecto —soltó un suspiro aún más reparador, aferrando las uñas en sus rodillas tanto como podía, hasta que el dolor le hizo detenerse antes de rasgarse los mallones.

—Lucho contra el impulso de robar un cenicero —el otro continuó riendo por lo bajo, disfrutando curiosamente de aquel momento ¨chusco¨—. ¿Qué hacemos aquí, Sherlock? En serio, ¿Qué?
—No lo sé —contestó, sin borrar su sonrisa pero aun viendo al frente.
— ¿Vinimos a ver a la reina?

Casi como pareciendo parte del chiste, Mycroft apareció por la otra puerta con su porte y seriedad característicos.

—Aparentemente si —contestó aún más divertido el hermano menor del recién llegado, haciendo que rieran, tanto él mismo como Johanne, con mayor amplitud, la pobre rubia casi se doblaba de la risa.

SHERLOCK ed IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora