William James

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"El gran descubrimiento de mi generación es que los seres humanos pueden alterar sus vidas al alterar sus actitudes mentales".

—¿Te puedo llamar luego? — Escuchó del otro lado de la línea, era evidente el ruido que azotaba el lugar en el que el sujeto se encontraba y, dándose cuenta de lo que estaba empezando a suceder, respiró profundo.

— ¡Ah!, ¿Entonces estás ocupado? —Resignado, chasqueó la lengua mientras se tiraba a su cama abrazando sus piernas sin muchas ganas de querer abrir sus libros con la tarea que su abuelo le encargó.

—No voy a empezar otra discusión, adiós, — un suspiro y un sonido muerto se empezó a propagar en sus oídos. Había cortado la llamada.

Tiró el teléfono sin tomar mucha importancia de su posible estado si llegaba a caer al suelo, simplemente se cubrió la cara con ambas manos mordiéndose la boca evitando caer en otra ola de lágrimas. Su cuarto se encontraba en completo silencio hasta que alguien tocó la ventana, estaba en el segundo piso y sabía que el único en escalar podría ser...

— ¡Monitsu, ábreme la ventana o la tumbo! — Otro suspiro, resignado se levantó buscando su teléfono, para dejarlo en un mueble cerca, y se acercó a abrir quitando el seguro de la ventana. El chico ruidoso simplemente entró a paso apresurado en busca de algo.

— ¿Qué se supone que buscas? —Inquirió saber, estresado y con la voz algo rota. El intruso se detuvo para girar a su dirección y lo observó con los ojos entrecerrados.

—Te siento triste, pero no hay tiempo para eso. —Luego volvió a su búsqueda entre los cajones del escritorio ajeno. — ¿Dónde las tienes?

El dueño del cuarto se acomodó su cabello rubio y se dio cuenta de lo que sucedía, quizás no estaría mal un rato alegre para olvidar esa llamada, es decir, era un viernes por la noche y bien dicen que la noche era joven. Se acercó al tocador en frente de la cama, el tocador tenía a su lado el escritorio donde el otro personaje buscaba desesperado. El rubio abrió el único cajón que tenía el tocador y buscando entre algunas ropas encontró una bolsa pequeña.

— ¿Crees que lo guardaría ahí? Te recuerdo que tengo abuelo.

— ¡Solo te estaba probando!, ¡es evidente que ya sabía! — Entre carcajadas tomó la bolsa que tenía su amigo y sacó su contenido en el escritorio. —¿Tienes algo?

El rubio pensó, se acercó a su mochila que descansaba en su cama sacando una libreta, arrancó un pedazo de hoja y se la entregó.

—Haz magia con eso, —dijo y se volvió a sentar en la cama. — ¿Qué celebramos? —Preguntó con burla dándole una mirada gatuna a su inquilino, quien estaba esnifó el polvo blanco con el pedazo de hoja rápidamente para frotarse la nariz.

— Nunca se necesita una razón, la vida es joven. —Exclamaba alegra y se tiró junto al rubio.

—"La noche es joven", idiota,— corrigió su amigo y se giró para verlo acostado junto a él.

— En unos minutos voy a ser inservible, y me enteré de una fiesta ¿te quedas a llorar aquí por Kaigaku o te consigo un sugar? —El rubio carcajeó fuertemente, lo pensó unos segundos y se levantó para hacer lo mismo que hizo su compañero con el polvo de la mesa.

— ¿Qué te dijo Tanjiro? —Quitándose la playera que traía para buscar otra en su ropero, sacó dos opciones y se las mostró al otro.

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