Kamado Tanjiro.

627 70 20
                                    

Abrió los ojos alegremente escuchando mucho ruido en su casa desde muy temprano, era momento de empezar el día con toda la actitud aún después del mal momento del viernes, sabía que sus padres confiaban en él y no los defraudaría así que procedió a vestirse para ir a su segundo día de escuela con sus amigos. Emocionado, la ducha sabía mejor por la mañana cuando los pájaros anunciaban el comienzo de un día espectacular. Nada podía ir mal, bueno, después del regaño por la bolsa que habían encontrado en sus posesiones definitivamente todo podía ser maravilloso. El mundo le sonreía a esa amable mirada rojiza.

Caminaba por los pasillos de su casa para dar con la salida no sin antes encontrarse con su madre, Kamado Kie, quien desde su posición en el comedor de la casa llamó a Tanjiro con sus manos y una sonrisa nerviosa en su rostro.

—Tu padre dijo que no quería volver a encontrar cosas así en tu mochila, Tanjiro, —comenzó a decir mientras el muchacho se acercaba para depositar un beso en la mejilla de su progenitora.

—No era mía, mamá, no tengo idea de cómo llegó ahí, —habló triste pero con seguridad. Técnicamente lo que decía era cierto, Tanjiro nunca supo cuándo Inosuke había puesto eso en sus cosas por lo que no había mentira en su afirmación.

—¿Tus amigos no-

— ¡Por supuesto que no, madre, ellos son buenos chicos! —se apresuró a interrumpir la frase, con claro nerviosísimo y estrés ante la posible acusación, la cual desde su mente no parecía una idea descabellada. La madre cerró sus ojos, creyendo en su pequeño hijo.

—Ya veo. Zenitsu e Inosuke, ¿por qué no los invitas el viernes? Podrían tener una pijamada como cuando tenían 15.

—Mamá de eso ya pasó un año, aún así les avisaré, seguramente les parecerá maravillosa la idea, —exclamó sonriendo amablemente y con una pureza recargada en su ser.

—Podría cocinarles algo rico, ¿unos pastelitos? Sé que a Zenitsu siempre le gustaron, —hablaba efusiva con su hijo mientras aplaudía de la emoción, y realmente su hijo no se quedaba atrás asintiendo frenéticamente a las ofrendas de su madre.

—¡Qué emoción! Les diré hoy, —observó el reloj de la pared y desesperado tomó sus cosas de la mesita.—Debo irme, nos vemos más tarde, mamá, —apresurando su paso se dirigió a la entrada.

—¡Ten un buen día! —Escuchó el joven antes de cerrar de un portazo.

Tanjiro estaba tan emocionado de los planes para el inicio del fin de semana que irradiaba una vibra y energía de pura emoción mientras caminaba por las calles seguras del lugar donde vivía, la escuela no quedaría muy lejos si seguía su paso a tal ritmo. Una vida tan rosa no podía sonar irreal, incluso luego de su pequeña discusión con su rubio amigo por el desacuerdo con la relación de este con aquel chico de tercero. Era terrible.

Muchas veces había tenido la obligación de separarlos cuando, entre golpes y gritos, le arrojaba cosas al de cejas rubias y pobladas; las veces que había logrado hacer entrar en razón a Zenitsu para lograr que él termine la relación eran apaciguadas por el otro con un par de frases sacadas de canciones que el rubio no conocía, pero era una relación donde el abuso era el pan de cada día y eso no estaba para tomarse a broma.

Suspiraba cansado pensando en más formas de lograr que cambiara de opinión y estaba seguro que conseguiría algo con su pijamada del viernes, lo daba por hecho. Su madre cientos de veces le había explicado que si se encontraba en una relación con gritos y golpes debía huir de ahí, era el primer paso a algo mucho peor, y el pelirrojo creía en las palabras de la mujer que la crió con mucho amor. Además su padre era ejemplar.

De tanto estar sumido en sus pensamientos no se pudo dar cuenta que había tropezado con alguien en la puerta de la escuela a la que iba, desafortunadamente no vio señales de sus dos amigos pero si de un joven alto y de cabello negro con un estilo demasiado punk.

AdrenalineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora