Chico bueno

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Kaigaku caminaba por los pasillos atento a su celular donde muchos de sus compañeros compartían las tareas del mes, había adelantado la mayoría y quizás así lograría tener un poco de paz mental si no fuera por Zenitsu que siempre lo molestaba con esa cara bobalicona que se traía todos los días. Estaba harto de él y de cada una de sus facetas, empezando por aquella que empezaba con su adicción.

Su cabello negro se mecía por el viento, era una mañana apacible, en direcciones distintas, su corazón se sentía aliviado de contener diversas motivaciones a dejar lo que sea que le tuviera tan mal; no quería ni soñar con la noche, el mensaje odioso de su pareja no parecía ser energía para sus células o algo similar. Odiaba al rubio. Lo odiaba tanto que no entendía esa necesidad de monopolizarlo ante cualquiera, de hacerle reconocer que él estaba mucho antes que nadie, meterle en la cabeza tan hueca que poseía los nulos derechos que ahora tenía. Le daba placer, quizás.

No solo se sentía realizado de atormentar esa mente con ideas vacías de dependencia o amor, encontrarle significado a esa aberrante fascinación por darle de comer sobras de un "te quiero" que jamás existió entre ellos. Lo supo desde aquella fiesta que le vio entre todos, tuvo una necesidad de destruir y mancillar: de corromper.

De matar.

Y no le daba miedo, no le remordía en la consciencia o la inconsciencia lo que estaba haciendo, no. Estaba seguro de entender qué tan bien se conocía como para ser tan destructor con otras personas. Entre sus pensamientos no notó que a lo lejos sucedían otras situaciones: Desde una Kanao pasándole justo a su lado en dirección contraria a su propio camino, tomándose de los brazos en quejidos incontrolables que nadie podría visualizar si no ponía atención.

Pronto la campana anunció el inicio de la vida, el inicio de la educación, para todos aquellos que deambulaban por los pasillos como si de muertos se tratara; Zenitsu venía con Inosuke, Tanjiro iba por detrás con la cabeza gacha como si hubiera hecho algo tan malo de lo que se estaba arrepintiendo. Como si la culpa de no hablar le carcomiera por dentro sin darle espacio a sus deseos egoístas, se paró de pronto.

—Tenemos qué hablar.

Sus dos amigos pararon junto a él, queriéndole restar importancia al comportamiento del pelirrojo.

—¿Qué pasa? —Ese había sido Inosuke, Zenitsu solo lo miraba.

—Yo... Podríamos salir juntos, este fin, ¿no lo creen? —El de ojos amarillos asintió con entusiasmo, ya esperaba que sacaran un nuevo plan.

—¡Me encanta!, ¿a dónde podríamos ir?

—Vamos a... —Inosuke llevó una mano hacia su mentón, pensando con mucho esmero. —Me invitaron a un lugar, podemos ir los tres.

—¿A qué lugar?

—Es cerca de la casa de Kamaboko, ahora que lo recuerdo.

—¿No será peligroso para él? —Inosuke negó.

—Está algo escondido, ¿vamos? Invitemos a Manao, nadie se le acerca.

—¿Te refieres a Kanao? No lo sé, ella parece sana.

Zenitsu hizo una mueca al pensar en esa frase, la bolita decidió entrar al aula dándose cuenta que muy pocos estaban dentro, el rubio dio con la chica en ese pupitre del centro que siempre usaba pues llegaba muy temprano. Kanao era extraña, normalmente nunca hablaba y a pesar de que eso no estaba mal, pues cada quien tenía su modo de ser, le provocaba mucho conflicto esa ansiedad que le carcomía siempre que estaba cerca de ella; Kanao era hermana de su maestra de biología, también de una mujer que estudiaba con Kaigaku, pero no se asemejaba a la personalidad de las otras dos chicas ¿por qué? Muchas veces intentó dar con la respuesta de esas diferencias tan notables. No era fea, él tenía el pensamiento que ninguna mujer lo era, pero no tenía amigos ni alguien cerca.

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