Capítulo 38

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Narra Ariadna

Corría sin mirar atrás, con el martillear de su voz en mi cabeza mientras mis pisadas retumbaban en las oscuras calles de Buenos Aires.

Su espantosa voz me seguía, me seguía donde iba recordándome lo que acababa de pasar. "Mira lo que has hecho" "Acabas de matar al sombrerero" "¿Sientes esa satisfacción por quitarle la vida al asesino de tu madre?"

Negué con la cabeza y me miré las manos. Sangre, había sangre. La cabeza me daba vueltas. Apenas podía recordar con claridad lo que acababa de pasar. Paré en seco y una luz a mi derecha me hizo desviar la mirada.

Un auto venía en mi dirección, no me moví, sólo cerré los ojos. Escuché el rechinar de las ruedas y esperé impaciente el impacto, pero nunca pasó. La puerta de aquel auto se abrió y volví a abrir los ojos. Una figura masculina se bajó de dentro.

— ¿Ariadna? —dijo aquel hombre. Yo di un paso hacia atrás.

Aquella voz...

— ¿John? —susurré.

Su rostro se iluminó bajo la luz de la farola y me miró con los ojos abiertos. Aquellos ojos que años atrás eran los del gato de Cheshire.

Sin pensárselo dos veces me abrazó.

—Ariadna, dios mío. Llevamos horas buscándote, Tobías está como loco. ¿Dónde estabas? ¿Qué ha pasado? —me hablaba, pero yo no escuchaba ninguna de sus palabras. Entonces, se fijó en mi aspecto. —Ariadna, ¿qué hiciste? —dijo mirándome las manos.

Ni yo lo sabía.

—Creo...creo... Creo que le he matado. —susurré más para mí que para él. —Creo que he matado al sombrerero. —Mis piernas perdieron fuerza y caí sobre el asfalto.

John se agachó a mi lado y me tomó la cara entre las manos. Mis oídos pitaban, sabía que me estaba hablando, pero no llegaba a entender nada de lo que me decía.

Se sacó algo del bolsillo y se lo llevó a un lado de la cara. Me siguió hablando, pero apenas entendía palabras sueltas. Comenzó a llegar más gente. Gente que no conocía.

—Óscar, Óscar está en... Manuel... yo disparé. No quería. No. No. No quería. —me puse nerviosa y con fuerza me levanté. —No quería. Está muerto. Muerto por mí culpa.

La gente que estaba a mí alrededor me intentó sujetar, pero forcejeé con ellos.

No entendía que estaba pasando. No entendía nada. Yo estaba en el País de las Maravillas ¿por qué ahora no?

Grité. Grité cosas sin sentido o con él. No tengo ni idea. Pero entonces, entre toda la gente, alguien me tomó de la barbilla para que le mirara y unos ojos verdes me miraron con preocupación. Me quedé sin aliento y me aferré a sus brazos.

—Ya estás a salvo, pequeña. —escuché una voz lejana. —Ya estás en casa.

¿En casa? Y sin poder controlarlo, me rendí y perdí el conocimiento mirando aquellas esferas verdes y solo pude pensar: que ojos tan bonitos.

************

Una semana después

—Deja de tocar eso. —escuché de lejos una voz familiar. —Leo, como hagas algo que no debes... Estate quieto. No eres don manitas.

Fruncí el ceño e intenté abrir los ojos. El dolor de cabeza se había ido junto al pitido de mis oídos. Sentía mi cuerpo cansado, pero al menos reaccionaba a mis movimientos. Dos figuras comenzaron a hacerse visibles delante de mí. Leo y mi hermano estaban mirando la televisión apagada.

Ariadna, ¿Qué Hiciste?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora