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El mismo lugar, la misma posición y mi linda mesa. Desde el día en el que bese a Daniel Ribba, bueno... Él no me ha hablado.
Ese mismo día únicamente se puso de pie y salió caminando. Me sentí tan avergonzado, tan... Humillado. Pero sobre todo un gran idiota por demostrar (por primera vez en años) mi atracción hacia él.

Lo peor de todo es que lo único que hice fue regresarme a mis cosas. No intenté explicar nada.

-¿Y Dani?- pregunta a mi lado Manuel. Él regularmente observa como el mayor y yo discutimos por tonterías; entiendo que se le haga extraño el ví verlo ahí-. ¿Se cansó de molestarte?

Ojalá fuera eso. Supongo que cuando alguien te vea desprevenidamente es normal dejarlo de lado.

-Yo no sé nada-miento. Realmente no tenía la suficiente cabeza para contar las tonterías en las que me metí. El chico alza una ceja y me pone nervioso.

Él tenía un método muy bueno. Era observar a alguien de manera sería. No sería necesario que te dijera algo, porque sus órdenes eran de miedo. Gélido y de una manera tan... Te haría hablar en menos de diez minutos. Oh, pero he luchado contra esa técnica suficiente tiempo. Y aunque es difícil evadir su mirada, yo puedo hacerlo con mirar hacia algo que me distraiga lo suficiente.

En este caso, elijo al chico a única metros de nuestra mesa.

- ¿Estás evadiendo mi mirada? ¡No se vale, Oliva!

En realidad estaba muy ocupado observando al culpable de mi demás emocional y sentimental. Claro que sí. Que no dijera, lloraba o hiciera actos tristes no significaba que no me sintiera mal. Imagínate esto: te gusta alguien. Tanto que cuando lo vez, tu estómago se mueve increíblemente, sentís ganas de besarlo y de decirle que te gusta tanto. De repente lo besas, y lo primero que hace es balbucear "ah, eh... Uhm" y se pone de pie para irse.

Daniel era un chico tedioso, charlatán y tonto que jamás se hayan podido tirar en su vida. Y como ese jamás abarca mucho tiempo, tuvo que gustarme.

– Daniel ya no quiere sentarse aquí, es todo –  le sonrío.

Él me mira desconcertado. La mejor mentira es la que no sé tarde en inventar. Aunque ni siquiera sabía si yo estaba en lo correcto.

–¿Que hiciste? – me pregunta.

Sé que no debo verlo. No. No puedo verlo. Estoy hipnotizado por él, por su estupidez y por la manera en la que sus labios gruesos me atrapan en una nube suave, que me lleva a sus ojos.

Mierda, estoy delirando.

Agradezco que Manuel me saque del  trance moviendome de lado a lado

–¡Valentín!¡Él te gusta!

¿Ese espejo no es lindo? ¡LINDO! ¡Cómo Daniel! Estaba delirando grave, quizá el chico entre mucha de la palabras me lanzó un hechizo. Eso debía ser... Un momento ¿MANUEL DIJO QUÉ?

Le miro con una duda proviniendo de mi. Es decir, ni siquiera yo... Bien. Si sabía que sucedía conmigo, sabía que las mariposas eran producto de la estúpida manera de ser de Daniel, sabía que él estaba comenzando a entrar en mi sistema y a su vez, lo atontaba. Me hacía pensar en él, en el porque de no se lo mejor y...

¡Estaba  enfermando! Estaba enfermando terriblemente, dejando que sus ojos entrarán en mi, junto con su voz retumbando sin permiso alguno.

–¿Él qué?– casi quiero reír.

Sé que no debería intentar ocultarlo, pero no es por él. Me avergüenza decir que al chico que por tanto tiempo he dicho odiar, me gusta de un tamaño...
De un tamaño universal.

–¿Le dijiste que te gustaba? Por eso debe estar asustado – comienza a hacer teorías locas. Casi puedo verlo encima de sus lentes de lectura y mano en la barbilla.

–No, ¡Yo no le dije que me gusta!

A eso se le llama:
Caer con estilo en el juego mental de Manuel Vainstein.

Escucho su risa soñadora, esa que odio más que al mismísimo Daniel. Me palmea el hombro y me mira directamente. Esos rojos estúpidos que odio porque me hacen soltar la sopa. Intento retener todo en mí, pero él si ríe de mi.

–Lo besaste, ¿no?

Niego. Niego repetidas veces. Él me alza la ceja pero no estoy ni un poco dispuesto a verlo, así que tapo mis ojos con las manos.

–Casi le mete la lengua –escucho la voz dulce de alguien frente de nosotros. Destapo mis ojos y observo a Mateo, mirándonos con sinceridad y un inicio de sonrisa.

Quiero matarlo porque me iba a ahogar entre las carcajadas de mi amigo y sus futuras "A Valentín le gusta Daniel". Pero en cuanto observo su cara, todo ese enojo, miedo y vergüenza se disuelve. Manuel me mira y se ríe, se acerca a hablar con Mateo Palacios y le hace una serie larga de preguntas.

–¿A Daniel le gustó? –le pregunta.

Bueno... Eso...

–Yo creo que sí

Algo en mí sube de ánimos. Quizá que viniendo de Mateo, eso sonaba tierno. O también puede ser que me agrada la idea de pensar que al chico que me roba el aliento, que a él le gustó.

–¿Eso pensás? –recalca a Mateo–. Porque este chico besa horrible.

Manuel. Es. Un. Idiota.

–¿Ustedes se besaron?

Nos miramos y seguido de eso, negamos rápidamente.

–¿Creen que tenga una oportunidad con él?

–¿Por qué no le preguntamos? –dice. Hijo de...–. ¡Dani, vení un momento!

¡Cállate! | WosaniWhere stories live. Discover now