Capítulo 8: Los Muros De La Incertidumbre

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"YO LO SUPE ANTES"
Capítulo 8: Los Muros De La Incertidumbre
Por: Limna Soto

    Los personajes no me pertenecen.

¿Han sentido alguna vez la impotencia de no poder hacer ni decir nada que alivie el patente dolor y consternación de las personas que en verdad aprecian? Aún y con mi inerte naturaleza, puedo asegurarles que este día la sentí.

Hace un buen rato, viendo llorar a Candy "como una magdalena", y expresando su sincera preocupación por su exnovio, quise poder abrazarla, poner mi hombro a su "merced" para que ella terminara de desfogar sus sentimientos y profundo pesar. Y si de querer se trata, también quise tener boca, lengua y sapiencia para decirle del mejor modo posible que tenía que ser fuerte, que ella estaba obrando correctamente, y que por supuesto, esto que leía estaba fuera de su poder... ¡En lo absoluto tenía ella culpa alguna! Que lo cierto es que ese chico estaba siendo un egoísta e infantil, negándose a enfrentar las cosas como debe ser: con valor, decisión y congruencia.

Y luego, cuando pensé que mi frustración estaba a punto de ser aliviada, el universo pone a prueba mi resistencia presentando ante mi a un joven que no se ve nada bien, emocionalmente. Si, yo diviso en el pasillo a un Albert cabizbajo, pensativo, ensimismado, que viene a paso lento, como dudoso de llegar...

— Aún es temprano. Dudo que Candy ya esté aquí... — dijo, abre lento la puerta y, ¡oh, sorpresa! Ella está y ¡en qué condiciones!

Desde la entrada él puede visualizar en forma general el tiradero de las revistas, y las identifica a la primera. Sabe bien que se trata de aquellas que había comprado para enterarse, y según dice, las había guardado para impedir que Candy las viera de momento. Pero esperaría a que ella estuviera más relajada de ese asunto para mostrárselas. Sin embargo, ahora las ha hallado y a juzgar por lo que ve, ella está demasiado afectada. Pareciera que ha colapsado por el desconsuelo de ver a su "gran amor" en plena decadencia.

Mentiría si digo que entiendo muy bien lo que debe de estar sintiendo él, jamás he vivido un "mal de amores"... ¡caray, a veces hasta me divierto con esto de hacer escarnio de mí mismo! Pero en estos momentos no es tan divertido, pues tengo ante mí a un tipo tan agradable como Albert, con un rostro que es la viva representación de su corazón partido. Y eso no lo supongo, sino que yo mismo lo escuché. Se acercó sigilosamente a Candy que estaba con la cara al suelo, encima de los papeles.

— Pequeña mía, has terminado por encontrar todo esto, y claro, las debes haber leído... Y según yo justo esto quise evitarte. — La endereza delicadamente, y confirma que no está desmayada; sino sólo dormida. — ¿Lagrimas?  Mi pobre Candy... has llorado por él hasta el cansancio, y el sueño te ha vencido. Seguro quieres salir apresurada a buscarlo, a socorrerlo, a consolarlo... pero no puedes hacerlo. — La levanta en sus brazos sin el mínimo problema, y se la lleva a la habitación.

La acomoda en la cama que él suele ocupar. Cubre su medio cuerpo con su cobija, y pasa sus grandes manos por las mejillas de ella tan suavemente como si se tratara de la piel de una mariposa, para limpiar las lágrimas que habían quedado dibujadas. No puede esquivar su mirada de ese tierno rostro que  refleja una gran aflicción... Realiza un total escrutinio de sus facciones, como queriendo tatuar en su mente esa imagen, mientras acaricia de manera delicada los rizos de la chica. Le da un beso largo, profundo y tierno en la frente. Luego se detiene a rozar su nariz con la de ella, y le dice como en un susurro:

— Perdóname, Candy. He sido un tonto... ¡un vil tonto! Quise prevenir una pena, y te he causado un tremendo sufrimiento. Ahora veo que hubiera sido mejor que te las mostrara y te estuvieras enterando de a poco de esta situación. Quizá para estas fechas ya hubiéramos podido reunir el dinero para que estuvieras allá en Nueva York apoyando a Terry, tanto como seguro deseas hacerlo. He sido un egoísta, y jactándome de mi prudencia, he terminado lastimándote muchísimo. ¡Qué bruto he sido! Ya entiendo que has mostrado una fachada de alegría para no preocuparme; pero en realidad no la sientes. La realidad es que mi apoyo todo este tiempo ha resultado inútil. Y yo que pensaba... no, en realidad he tenido el juicio nublado y no pensaba las cosas clara y fríamente. Pero hoy, hoy es que me ha caído encima la verdad como un gran balde de agua fría... — Seguía diciéndole mientras estaba postrado en sus propias rodillas,  tomando su mano derecha entre las suyas, y descansando su frente en ellas.

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