Capítulo 22: A Prueba de Despedidas

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"YO LO SUPE ANTES"
Capítulo 22: A PRUEBA DE DESPEDIDAS
Por: Limna Soto

— ¿Así que vamos a comer otra vez? — preguntó Albert.

— ¡Claro, señor Ardlay! Mañana te vas, y quiero una íntima compartición de emparedados, pastelillos, galletas o lo que sea. Como solíamos hacerlo antes, ¿te acuerdas? — Y empezó a sacar tazas, café y azúcar, y entonces él fue a la alacena a sacar algo con qué acompañar la bebida.

— Por supuesto que si, preciosa. Y aunque mi estómago no reclama aún nada, me encanta la idea. Quiero acabar este día, totalmente aquí contigo y como tú quieras. ¡A comer de nuevo se ha dicho! — le sonrió tan sincero como siempre.

Pronto pudieron llevarse lo preparado al sofá y se pusieron a degustarlo. Él lucía de lo más tranquilo, bocado tras bocado; y Candy parecía querer decir algo en cada intervalo. Como si su naturaleza curiosa e inquisitiva quisiera traicionarla... 

— Me parece increíble que la tarde haya pasado tan rápido. Tu presencia aligera mucho cualquier ambiente ahí en la mansión, Albert. Siento extraño que estuve con la Tía Elroy y no me haya retado por algo...— dijo Candy, mientras sonreía "chuscamente".

— Ja, ja, ja, no tenía por qué ser distinto, linda. Estoy seguro de que su perspectiva sobre ti cambió mucho a partir de que supo de tus sacrificios por mi, y aún más hoy, después de escucharte hablar tan profesionalmente de tu trabajo. Quizá no lo sepas, pero la Tía es una mujer a la que los estándares y las obligaciones que tuvo que tomar, la han frenado de ser y hacer todo lo que quería. Es lamentable, pero cierto: las mujeres tienen un campo muy estrecho de oportunidades en esta sociedad tradicionalista; y muchas de ustedes son aún mejores que nosotros en muchos campos de la vida profesional. La Tía ha sido una muy buena matriarca, aunque demasiado influenciable y prejuiciosa contigo, cosa que no le justifico; pero ha defendido los intereses del clan y se ha ganado el respeto de los demás del Consejo. Por otro lado, no dudo que le hubiera gustado tener una actitud más pro activa en el mundo de los negocios, como tú en lo tuyo. Menos mal que siempre ha contado con George para apoyarla.

— ¿Es su mano derecha, verdad?

— Si, desde hace muchísimo tiempo. Y por supuesto, también es la mía. Es la persona en la que más confío en esta vida... ahora después de ti, por supuesto. — Aclaró antes de herir susceptibilidades.

— No tienes que corregirte, mi guapo. Yo misma lo considero "mi caballero blanco". ¡Es mi salvador! Siempre aparece para ayudarme cuando más perdida me siento y estoy. Oye, ¿y él cómo llegó a la familia? — Preguntó curiosa.

— Bueno, es una larga historia que ya te resumo. Unos 15 años antes de que yo naciera, en uno de sus viajes mi papá conoció a un niño problemático, justo cuando éste intentó robarle su cartera. Mi padre se conmovió mucho cuando al interrogarlo, él le dijo que era huérfano, y no tenía dónde vivir. Así que el buen William Ardlay decidió que lo que él niño necesitaba no era castigo; sino disciplina, formación y orientación. Le propuso que le permitiera criarlo como un hijo, y eso implicó enseñarle todo lo que sabía sobre Negocios. George fue un excelente pupilo, y superó las expectativas en él puestas. Por eso, sin dudar, mi padre me confió a él poco antes de morir. Y ha cumplido al pie de la letra ese encargo. No sabes cuánto me pesa haberle causado tanta angustia todo este tiempo... — dijo con pesar —. George no es tan mayor, pero seguro que yo lo he envejecido con las preocupaciones que le doy. Me cubre la espalda ante la sociedad, ante la familia, y ¡ante ti!

— ¡Sí! Tengo muy presente cómo es que es tan diestro para evadir mis preguntas y ser demasiado escueto al responder. Ahora entiendo que era para cuidarse de dar información reveladora. ¡Ay, por Dios! Todo este tiempo él dejó de escribirme seguido, porque seguro estaba muy ocupado buscándote; y yo no lo hice más, porque no quería tener que decirle que vivía con un amnésico trotamundos. Si lo hubiéramos hecho... ¡Ay, mejor ni pensarlo ya! ¡Realmente parece una novela! —Y ambos sonrieron muy cómplices. Y yo les doy la razón: ¡qué embrollo se cargaba este par!

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