2

209 14 6
                                    

El niño entra con pie de plomo en la tienda. Tenía que comprar comida para el gato y esperaba encontrarla allí.

- ¡Hola Sergio! -. El niño pega un salto en el sitio. - Perdona, cariño. No quería asustarte.

- Nada, Bea. - le sonríe.

Si le preguntaran si tener un gato era una experiencia bonita, respondería sin dudarlo que era maravillosa. Pero su situación tenías varios contras para responder así, primero; su madre no quería gatos, es más, creía que los odiaba, segundo; lo estaba cuidando a escondidas, debía tener mil ojos para que su madre no notara la existencia del felino, lo cual era bastante estresante, sobre todo intentar esconder los maullidos, la mierda y un largo etcétera. Tercero; su madre estaba en plena campaña dentro de la comunidad, se lo estaba tomando tan en serio, que se quejaba continuamente de cualquier cosa, cómo para decirle que tenía un gato...

- Cielo, si no encuentras algo, dímelo - ve como Bea apunta algo en un cuaderno. A Bea no le gustaba la tecnología todo lo que tenía que hacer, lo hacía con papel. Su madre decía que la tienda tenía los días contados. Sergio no sabía por qué lo decía, pero esperaba que Bea viviera muchos años más.

Le cae muy bien Bea, le recordaba a su abuela. Era una mujer mayor que rondaría los sesenta y largos, tenía un pelo blanco muy bonito y sus labios siempre estaban pintados de un color diferente. Además, era muy simpática con él, siempre que podía venía a hacer los recados a su tienda. También, le daba uno de esos caramelos que tanto le gustaba.

Da una vuelta por la tienda intentado encontrar alguna lata de comida para gatos. Mira la hora en su reloj, debe darse prisa, en media hora tenía que estar en su casa, antes que su madre llegará. Por fin encuentra una estantería con varios tipos de latas y juguetes para animales domésticos.

- No vas tú muy desabrigado- le dice la mujer mientras va poniendo las latas en el mostrador.

- Pero si tengo calor, Bea - se agacha para coger un pequeño juguete para el gato.

- Como te resfríes... - Bea va sumando en la calculadora los precios de las cosas. - No sabía yo que tenías un gato.

- Y no lo tengo - se pellizca el labio. Ella también era consciente de lo que eran los gatos para su madre. Todo el barrio la conocía, más bien se hacía conocer.

- Ah - la mujer termina la cuenta.

Sergio guarda las cosas en su mochila y se la pone. Se despide de la mujer y se dirige hacia la puerta. Iba a tener que correr sino quería que su madre se encontrara al animalito maullando por comida.

- Oye, Sergio- se para en la puerta y Bea le lanza uno de los caramelos que tanto le gusta. - El atún les suele gustar mucho.

Sergio le regala una sonrisa que le llena de tal ternura que se queda quieta observando cómo el niño corre avenida abajo. Cuando se quiere dar cuenta, ella también sonríe.



--



Abro la puerta y dejó las llaves en el mueble del recibidor. Nada más entrar escuchó los golpes. Mi compañero ha llegado. A medida que avanzó en el pasillo se escucha con más intensidad. Qué energía tiene el muchacho para ser casi las cinco de la tarde, piensa el rubio.

Lo encuentro en la cocina, con dos palillos chinos como baquetas y un par de botes de cristal y una maceta vacía hacia boca abajo, como cajas. El chico no se ha dado cuenta de que había llegado, se mueve al son de los golpes, metido en su mundo de tambores, platillos y timbales. Me quedo observando, apoyado en el marco de la puerta de la pequeña cocina. De pronto, da un giro sobre sí mismo y me ve.

- La hostia, Hugo- se lleva la mano al pecho- el puto susto que me has dado.

- Veía que estabas disfrutando y no quería interrumpirte- sonreí.

- Si, si, ya veo. Mi corazón también se está divirtiendo ahora mismo... 

- Oye, Bruno, no es por meterme donde no me llaman, pero huele un poco a quemado.

Ve como Bruno corre hacia el fuego y quita la olla de la vitro.

- Cómo se me hayan quemado los macarrones- los mueve con cuidado de no quemarse.

- Anda qué quemar unos macarrones... - pasa al lado suyo y pone el extractor. La cocina empezaba a tener humo y no quería que la alarma de incendio saltará. Ya había pasado una vez con un vecino y sus lentejas.

- Ah, están buenos - dice el moreno- ¿y el tomatito?

- No es por meterme con tus extraños horarios de comidas, pero lo voy a hacer, ¿no crees que es muy tarde para comer unos macarrones? - mire el reloj- son las cinco menos diez.

- Hugo, una cosa te voy a decir- sonrió, su amigo se estaba poniendo a imitar al señor del 3B. Un hombre mayor con un acento tan cerrado que a veces les costaba entenderle. - Nunca es tarde para unos macarrones con tomatico.

- Lo que tú digas- abro el frigorífico y le paso el tomate frito- Me voy a duchar, que huelo a grasa y aceite de coche.

- He hecho macarrones para un regimiento, ¿vas a querer? - le pregunta cuando ve cómo se aleja a su cuarto.

Hugo pasa con una toalla y ropa limpia por el pasillo mientras ve como Bruno pone la mesa.

- Eso no se pregunta.

--

Salgo de la ducha y veo el tradicional charco de agua en el suelo. Con cuidado lo paso y termino de vestirme.

- Bruno, ya no sé cómo decirle a Concha que la mampara de la ducha pierde agua- llama al moreno mientras llega al salón.

- Calla -. Está embobado mirando a la tele.

- Pero ¿qué estás viendo? - me acerco y pongo los ojos en blanco. Otro igual, ya no solo tenía que aguantar a su madre con la obsesión, sino también a su amigo con las telenovelas turcas.

Voy a por mí plato a la cocina y escucho hablar a Bruno solo. La situación se le estaba yendo de las manos.

- ¡¿PERO CÓMO NO OS BESAIS?!- se levanta de la mesa y empieza a sonar la música que anunciaba el final del capítulo.

- Esto está empezando a preocuparme - susurro.

- Qué intenso - Bruno bebe un poco de agua para tranquilizarse.

- Ya veo. - lo miro mientras llevo un poco de comida a la boca- ¿No has llegado muy tarde?

- Lo de siempre, nos ponemos y cuando nos queremos dar cuenta ya es la hostia de tarde - Aquí el amigo trabajaba en una compañía de percusión de la ciudad.

Había ido a varios espectáculos suyos y eran una auténtica pasada. Transmitían una energía brutal; los golpes amortiguados por la resonancia de las cajas, el ímpetu con que daban cada palmada certera y el ritmo enloquecedor compenetrado entre cada miembro, era fascinante. Pero crear esa pequeña realidad de latidos musicales compartidos se requerían largas rutinas de entrenamiento, repasos y ensayos. Bruno nunca se quejaba, aunque saliera molido de cada ensayo. Su pasión, decía. Aunque últimamente, parecía que había aparecido otra pasión. - ¿Y tú?, ¿No has comido? - me señaló el enorme plato de macarrones.

-1º 51' 31"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora