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Mira el vacío. Entrecierra los ojos.

Qué desastre.

Hace un recorrido rápido del contenido del frigorífico. Contenido. Risas. No hay contenido.

Hay vacío.

Daba igual el tiempo que llevara viviendo con Bruno que el tema de hacer la compra era algo incorregible en ambos. Todos los meses intentaban ser más organizados para que, con el poco tiempo que tenían, les diera tiempo a hacer la compra semanal conjunta. Aunque luego cada uno fuera a hacer su compra, pero al menos tener lo básico. Los primeros meses, como todo el inicio de algo, fueron prometedores. Pero como era de esperar, fueron eso, inicios de prometedoras rutinas que se quedaron en eso.

Se frota la cara, cansado, y mira el reloj de la cocina; aunque hoy había llegado a una hora decente para comer, el ritmo de las manillas, imparable, le pone nervioso. Mira el cajón de las verduras, ese que tienen todo los frigoríficos, pero que ellos no lo utilizaban para guardar precisamente ese tipo de alimentos. Lo abre. Un paquete de salchichas.

Bueno. Milagro.

Con esto ya podía hacer algo. Y si había huevos estaría ante un posible banquete. Mira la huevera con esperanzas. Su puta madre. No pasa nada. Tenía salchichas, que es lo que cuenta. Claro que sí, Hugo, optimismo, ante todo.

Va a empezar a "preparar" la comida cuando se para en medio de la cocina. Una sonrisilla victoriosa tira de su mejilla. Detrás de la puerta cree recordar una bolsa. En dos zancadas rebusca y lo encuentra.

No había más largo que un día sin pan, ¿no? . Pues ya no sería tan largo. En menos de cinco minutos tiene ante sí el laborioso almuerzo. En el momento en el que pone en el plato en la encimera y se echa la comida, escucha la puerta abriéndose. Los andares de su amigo llegan a la cocina al mismo tiempo que coge otro plato.

- Muy buenas Hugin- saluda Bruno. - Te pilló en plena faena.

- Qué pasa. - aún de espaldas ,coge los dos platos para darse la vuelta. - Hora de comer.

- No me digas que has preparado el almuerzo.

- Bueno, si a esto lo podemos llamar almuerzo...

- Mira qué eres bueno, el detalle es lo que cuenta. - viene Bruno a despeinarle.

- Si, si mucho detalle, ¿no?, pues venga, a poner la mesa.

....

Ya en la mesa con un refresco de litro y medio por cortesía del propio Bruno, dos bocadillos de salchichas y una tele de por medio, se suceden los primeros minutos en completo silencio. Solo interrumpido por la voz profunda del periodista de turno y los sorbos a la bebida. Tras saciar el hambre con los primeros mordiscos, Hugo es el primero en hablar:

- Hoy has venido temprano. No te esperaba.

- Ni yo, pero me viene bien. Así comemos juntitos...

- Has quedado con ella, ¿no?. - Y aun con la boca llena, continua. - Pillín.

- Cállate- la risa de su amigo le delata. - Cuando la conozcas entenderás porqué estoy siendo tan cuidadoso, es taaaan....

- Hostia, toma. -Le alarga una servilleta. - Se te cae la baba - se gana una carcajada por su parte. - Pues casi la conozco el viernes

- ¿Qué? - alza la ceja de tal manera que podría llegar al inicio de su pelo. - ¿Qué dices?

- Que sí, cojones. El viernes-. Ante la confusión de aquí si amigo el empanao, prosige. - No, si se ve que estabas entretenido...

La cara de su amigo pasa por casi todas las tonalidades hasta llegar al clásico y famoso color de la etiqueta del refresco.

- Dios, Hugo, no me digas que...- se lleva las manos a la cara, nervioso.

- A ver tranquilo, tío, que no vi nada. -Le echa un poco del refresco oscuro para que beba y se tranquilice. - Me explico. ¿Te acuerdas de que quede el viernes con mi hermano? - Bruno asiente. - Pues al final terminamos antes y pues llegue sobre, no sé, las nueve pasadas y...- no quería hacer sufrir a Bruno, pero se lo estaba pasando pipa. - Cuando entré al piso, pues eso, oí el sonido inconfundible del cabecero chocando contra la pared y ya sabes....

- La concha de la lora. - musito.

- Que salvajes eres eh, muchacho.

- Qué pasa, te pone escucharlo o qué. - vale, me lo merecía.

- Que no, estás agilipollao perdió - se limpia con la servilleta y así de paso evitar que le viera una sonrisa burlona. - Nada más entrar y escuchar que andabas acompañado, cogí y me fui a fumar arriba.

El suspiro de alivio que expulsó el moreno no hacía dudar que las cosas estaban cambiando, que Bruno estaba tomándose la cosas diferentes, y aunque era empático y cuidadoso por naturaleza, se veía que esta vez estaba poniendo un especial empeño en ello y, por lo que veía, en todo lo que rodeaba a ella. Sí, sin lugar a duda, la chica merecía la pena.

...

Tras recoger la mesa y fregar los platos, Bruno y Hugo veían, con el corazón en el puño, como la desgraciada protagonista de la telenovela post informativos, veía a su amado en un tormentoso beso con la que decía ser solo amigos.

- Hijo puta. - Solté. - la cara que se la quedado a la otra.

- Si es que no te puedes fiar de nadie.

- Ya ves...- la notificación de mi móvil me interrumpió. Me incliné sobre mi sitio y tras leer el mensaje y contestar, me levante.

- ¿A dónde vas? -. Me pregunto Bruno. - Que te vas a perder lo mejor.

- ¿El que? - le conteste mientras llevaba un brazo a la manga de la sudadera. - Si le tira de las escaleras, me llamas, y vengo corriendo.

- No tienes remedio. - me sentí observado mientras cogía las llaves, esta vez acordándome, la cartera, y con el móvil ya en la mano, preparado para salir

No, no tenía remedio.

- Luego me lo cuentas. - lance un beso al aire.

- Lo que tú digas, bribón. - gritó con dos octavas por encima de su voz mientras cierro la puerta.

...

Tras la apertura de las puertas y el saludo reglamentario, no puedo evitar mirar la bolsa.

Una botella de vino.

Un paquete de monsters.

Joder.

A alguien le esperaba una tarde fuertecita. Por su parte, no bebía, al menos no solía hacerlo. Podía beber un cubata o una cerveza si le apetecía mucho, pero nada más.

Alce la vista. Sí, las apariencias engañan. También sonreí. Aunque lo disimule.

La amiga del niño del gato apuntaba maneras.

Ambos podíamos ser, perfectamente, el claro ejemplo de lo necio que es creer en las apariencias.

Pagaría por poder ver el quilombo que montara la tía, y eso que no tenía pinta de aguantar el alcohol, pero claro, las apariencias, Hugo.

Tampoco pudo evitar mirarla. Pero esta vez a ella.

El número de pisos que el ascensor fue descendiendo, fue inversamente proporcional, al escrutinio al que sometió Hugo a la chica morena.

No le sonaba. Y mira que llevaba poco más de dos años viviendo allí. No, no era verdad, a parte del episodio del felino, la había visto en otro sitio, pero no lo recuerda.

El tambaleo del ascensor. El instinto de ambos de agarrarnos al acero. El cero en la pantalla digital del ascensor. Las puertas abriéndose. Unos auriculares que se guardan tras estar escondido entre su pelo. El fin de mi observación.

Me echo hacia un lado para que pase. Ella, con el inicio de una sonrisa, agradece. Cuando la veo salir, lo noto.

Olor a cítricos. 

-1º 51' 31"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora