9

178 14 8
                                    

Me doy la vuelta y me miro en el pequeño reflejo que tenemos por espejo.

Preciosa.

Alzo la ceja. Me atuso el largo del delantal. Me giro a un lado y al otro.

Señor.

A mi tío no se le pudo ocurrir otro color más horrible que no le pegará a ningún tono del piel. Se trataba de un extraño caqui, que no llegaba a serlo, porque se traslucía con la luz, a color mierda.

Favorecedor.

Salgo de la pequeña habitación que habían adecuado como una pequeña "taquilla" para los empleados.

- ¡A los buenos días, Ana! – saluda ferviente de vida a estas horas de la mañana mi tío Pablo. Mi tío formaba parte de ese espécimen de panaderos del mundo que era largo y delgado como el trigo. Ja. Ja. Trigo. Panadería. Directa al club de la comedia.

Le saludé y le di un sonoro beso en la mejilla. Él se fue directo al obrador. El "sequito", palabras textuales de su tío, estaba formado por la cuadrilla encargada de elaborar a diario el pan que se vendía al día. Eran más o menos de la misma quinta todos y llevaban toda la vida trabajando allí, así que sabían las cantidades que debían de elaborar para que no faltaran o sobrara de sobre manera.

Yo iba a mi bola.

Así que empecé a abrir la tienda cuando tocaba. La ventile mientras subía la persiana para que entrara la luz del sol que era escaza a esa hora. Todo listo y con el ánimo justo y necesario, las puertas fueron abiertas.

Los primeros clientes aparecieron. Señalaron el pan exacto que querían. Ese no. El otro. Ese tampoco. El del centro. Ese, sí. Bien.

Que ocurriera el caso de elegir a la primera cumpliendo con las perspectivas del cliente ocurría bien poco. Lo cual es como la vida misma. Lo de cumplir las expectativas de nadie estaba sobrevalorado. Pero claro lo fácil era la teoría.

Madre mía.

Un café, por favor.

Seguimos con la rutina. Cobrar. Sonrisa. Siguiente. Uy, vecina cotilla. Ya viene, ya lo siente: "¿Tú quién eres?", "¿Dónde está Maribel?" ...

Maribel, señora, está en estos momentos cagándose en todo lo cagable por llevar una barriga enorme que posiblemente no le permita ni mirarse los pies, con los tobillos hinchados y con la necesidad de ir al baño cada dos por tres.

Pero señora, por todo lo demás está estupendamente.

Qué irascible estaba hoy.

En verdad, me limite a sonreír y a explicar brevemente. Cuando parece complacida y permite que los demás clientes circulen, se va. Seguimos. En bucle. Saludo. Demanda. Elección. Cobrar. Sonrisa. Siguiente.

Al mirar por fin la hora. Suspiro. La primera hora superada. La peor. Era esa hora donde todo el mundo que viene tiene la característica prisas de cuidado. Normalmente eran viejetes, de esos que se levantan a las seis de la mañana porque ya no pueden dormir más. Pues de esos. Aunque también había de todo. Pero fundamentalmente, eran ellos.

Me siento en la silla alta que tengo detrás del mostrador. Todavía me acuerdo del primer día. Que lejano suena cuando solo han pasado cuatro. Sí, era jueves y puede que estuviera hasta el coño ya. El primer día en pocas palabras podían resumirse en: agobio- quiero y no puedo- en que lío me he metido – no doy abasto-.

Reconfortante. Sin lugar a duda.

La cosa es que los días fueron pasando y tal vez las cosas no fueron tan horribles como el impacto del primer día. Iba amoldándome. Como una galleta.

-1º 51' 31"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora