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Pascual era escritor, uno muy malo.

Romance, escribía romance. Ahora mismo estaba en un bloqueo, no tenía nada de ideas. Su editora le había estado enviando mensajes las últimas horas pidiéndole algún avance en la nueva novela, él la ignoraba.

Frustrado, escribía y nada le llegaba a gustar. De nuevo sonó su celular, y por un momento decidió no responder, pero sabía que ya no podía hacer lo que había estado haciendo.

—¿Annika?

—Dime que ya vas a la mitad del libro, por favor.

—Voy a la mitad del libro.

Ella gruñó del otro lado de la linea.

—Me has estado ignorando.

—Lo lamento.

—¿Un bloqueo?

Pascual calló, ella gruñó y sonó enojada.

—Lo lamento —repitió, escondió su rostro con una mano mientras que con la otra apretaba su celular con fuerza—, lo lamento. He estado, bueno, intentando de todo. Corrí un poco para despejar mi mente un rato, escuché música y hasta limpié mi departamento.

—El último bloqueo que tuviste casi arruina la fecha límite.

—Lo sé.

Annika suspiró, cansada. Pascual alejó su mano del rostro y se recargó en su asiento, estaba frente al computador. Hablaron un poco más sobre bloqueos y trabajo, hasta que su editora dijo algo que le puso inquieto.

—Necesitas salir, llevas tanto tiempo en tu apartamento.

—He salido al parque.

—Para correr, ¿no? necesitas más que eso —pausó—. Te hablo como tu amiga y no tu editora, me preocupas.

—Estoy bien.

—¿Te parece ir a cenar mañana?

—Annika, yo-

—Por favor.

Pascual sonrió un poco.

—Está bien.

—¡Asombroso! —su voz fue alegre, tenía un toque de brillo en ella—. Debo irme, tengo más trabajo que hacer. Cuando pueda te envío la dirección y la hora.

—Sí, gracias.

Antes de colgar, Annika volvió a hablar.

—Pascu, cuídate.

Pascual sonrió.

—Adiós.

Todo lo que somos (y dejamos de ser)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora