11. M

125 35 15
                                    

Ni siquiera sabía quién era. Sin embargo sabía su nombre, también sabía su pasado, lo que le gustaba y lo que no.

Pero, ¿quién era, en realidad, Marion?

La cosa con ella era que no le gustaba recibir respuestas a sus propias preguntas, por lo menos no las medio filosóficas. Las que significaban mucho y que te cambiaban la vida, de las que al final de un libro o película se resuelven como por arte de Hollywood y su falta de originalidad.

Por eso le gustaban las tragedias, la hacían sentir menos sola con su vida.

Marion estiró sus brazos hacia el techo de su habitación, haciendo que sus huesos de la espalda, cadera y hombros tronaran, ella se relajó. Era medio día, había apenas estado terminando de releer por milésima vez uno de los tantos libros que le gustaban.

Luego, se talló la cara con sus manos frías y delgadas mientras ahogaba un chillido de un llanto rebelde que quería salirse de sus labios. Abandonó el libro en la mesa de su cama y se arropó con sus cobijas, no sin antes apagar la lámpara de luz.

Cerró sus ojos con el mero recuerdo de una historia que había terminado, deseando de alguna manera de que ella estuviera igual de muerta que la protagonista.

Todo lo que somos (y dejamos de ser)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora