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Destino, se dijo Pascual. Destino.

Marion estaba igual. Su cabello seguía estando castaño y lacio, arriba de los hombros. Y sus ojos café tenían aún esa pizca de tormenta que tanto eran de ella, por lo contrario, sus mejillas estaban llenas de unas adorables pecas estrelladas. La última vez que se habían visto fue el mes pasado. Un jueves por la tarde.

El mesero llegó a tomar la orden, Annika y Marion ordenaron comida, Pascual pidió agua pero su amiga editora insistió en algo más que eso.

—Debes comer más —dijo Annika, como siempre—, agarra pasta. Dicen que el espagueti de aquí sabe rico.

Pascual tuvo que hacerle caso para no preocuparla. Y mientras ella y Marion hablaban, él no podía dejar de sentirse inquieto. Comer. Como odiaba esa palabra. Decidió no participar mucho en la conversación, al menos hasta que la comida llegó.

Es entonces que comenzó a hablar. Habló tanto porque quería distraerlas. Que ellas no notaran que no estaba comiendo. Que ellas no notaran que había algo más en él. Que no notaran que estaba defectuoso. 

Marion habló también. Ambos. El estómago de Pascual estaba vacío y le dolía, pero aquello poco importada. Hablar con Marion era un alivio, un peso menos. Annika se quedó callada, ella tan solo sonreía animadamente.

Ya después, mucho después, Pascual dijo que no tenía hambre cuando le preguntaron por qué no comió de su comida, ellas le creyeron.

Y así, Marion y Pascual intercambiaron números por insistencia de Annika. Al final se despidieron los tres, yendo cada uno por su lado.

Todo lo que somos (y dejamos de ser)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora