13. M

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En días como estos Marion quería desaparecer.

Había pasado tres días desde que se sentía miserable, comiendo apenas las míseras sobras que había en su refrigerador y pasando mayormente su tiempo en la cama, acostada mientras miraba el techo blanco de su habitación.

El vacío de Marion no se llenaba, no tenía fondo. El vacío era infinito, triste y solitario.

No había ido al trabajo, tampoco había hablado con nadie, en realidad no hizo nada a parte de estar en su casa. Entre la oscuridad del vacío a su alrededor y los torbellinos en su pecho, se preguntó cuándo fue que comenzó a temerle a sus propios pensamientos. A quién era ella.

Pero bien sabía la respuesta de esa pregunta, tan caprichosa que no quería salirse de su mente como un recuerdo tormentoso. Repitiéndose en sus momentos más vulnerables.

Su terapéuta dijo alguna vez, si mal no recordaba, que días así nunca iban a irse. No ahora, no después. Pero que eso no significaba que la vida iba a pausar por ella. Que la vida seguirá su curso con o sin su presencia.

Que sanar las heridas del pasado sería un camino difícil y doloroso y tan lento, y que solo porque la vida era egoísta y que no hacía caso a nadie, no por eso debía abandonarla.

Así que, por este corto tiempo, se dejó sentir su tristeza. La aceptó con los brazos abiertos y el corazón en mano.

Porque lo que estaba sintiendo era cansado y que nunca se iba a ir del todo, se dijo a sí misma que todo iba a estar bien pues no era permanente.

Como la vida, como Marion.

Todo lo que somos (y dejamos de ser)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora