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Pascual era sombra en el cuerpo de un hombre frágil. Sombra de inseguridades, miedos y cicatrices internas que se asomaban por su cuerpo.

Sonaba poético, no lo era.

Sino una mera comparación, en realidad. Una realista, asquerosa y repugnante. Su cuerpo lo estaba comiendo vivo. Sus manos, piernas y rostro se pegaban a su esqueleto, sus ojos estaban llenos de vacío y siempre parecía cansado. No tenía energía ni para existir, murmuraba nadie en particular.

Pascual odiaba ver su reflejo, era de más cosas que más le daba vergüenza.

A veces comía, a veces. Y lo poco que comía lo vomitaba. Muchas calorías. Muchas grasas. Mucho de todo.

Para Pascual, él mismo no era suficiente. Y era una pena en verdad, la peor de todas.

Todo lo que somos (y dejamos de ser)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora