stolen dance

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CAPITULODOS

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CAPITULO
DOS

Tres meses y tres semanas antes

Si pudiera recordar algo, lo que sea, no importa qué, de lo que pasó antes de aquel infortunio diría: luces. Brillantes y cegadoras, variaban en los colores más hermosos e increíbles que jamás haya visto, incluso se atrevería a decir que muchos de los tales no se han descubierto aún, tenía que concentrase demasiado en mantener los ojos abiertos pues tales resplandores impactaban sobre sus párpados de manera violenta como si la tarea fuera cerrarlos por completo, y normalmente se habría rendido fácil ante aquel reclamo, después de todo esa era una guerra que no sería capaz de ganar, pero una vocecita en su cabeza le gritaba en forma de reclamo que no lo hiciera, o , para ser puntualmente exactos— "no seas tan llorón y pelea"—. De estar muerto, no podría ir a buscarla ¿pero a quién exactamente? Hasta ese punto esa información se había escapado de su cerebro, tan solo existía la angustia y el desespero por el tiempo que perdía estampado contra el volante de su auto, con su pálida cara manchada por su propia sangre gracias al corte profundo existente sobre su ceja, en vez de ir tras ella.
No sabia quien era, pero sabía que era importante, y muchos de los que veían horrorizados su desgraciada  escena pensarían que su último llanto desgarrador se debía al dolor que le generaba estar atrapado entre su asiento y la zona superior de su auto, el cual no comprendía como es que se había aproximado tanto, pero no. Lo que causó las incontrolables lágrimas fue no recordar el nombre de esa persona especial que justo en ese momento se le estaba escapando de la punta de los dedos, y él no podría hacer nada para evitarlo. Sobre todo porque conoce la realidad en la que ese nombre estaba tallado a fuego en cada centímetro de su cuerpo, como si fuese lo último que quisiera olvidar, pero simplemente había desparecido de su mente, se ha escapado de su lengua la denominación de tal muchacha, más seguia en su piel todo lo que lo hacía sentir. Era injusto, pues no sabía cómo ni por qué pero en su pecho permanecía la tarea de regresar con su dueña en vez de latir por su vida.
Y dio hasta su último esfuerzo a recordar el nombre de la chica de ojos mieles, pero fue en vano. Pronto el cansancio ganó y sus ojos cedieron a las peticiones de las luces encandilantes, dejando el terreno para una brillante iluminación blanca que dormía a sus cinco sentidos.

— Finn Wolfhard, 19 años. Estuvo en un accidente de auto. Tiene posible contusión cerebral, fracturas y hemorragia interna, preparen un TC y Radio ahora. — ordena la señora vestida totalmente de celeste, ella corría  apretando su agarre a las barandas de la camilla sobre la que descansaba un muchachito flacucho con sangre ocupando su rostro. A gran velocidad se hacía paso entre los pasillos del hospital mientras que una serie de enfermeros la seguían por detrás y acataban sus ordenes, al parecer la situación era compleja y debían actuar rápido, más cuando la vida del niño que tenían en manos era ni más ni menos que la de un Wolfhard.

Si bien la diplomacia de todo buen doctor es proteger la vida de cualquiera que cruce la puertas del hospital y necesite su ayuda, nadie quería ser el responsable de matar al hijo del dueño de la mitad de California. Siendo un heredero el que sangraba, todos sudaban un poco a la hora del vendaje.

Lucifer; fillieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora