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Me gustaría decir que soy una persona madura y responsable, que tiene en cuenta los sentimientos de todo el mundo y las consecuencias de sus acciones y todo eso. Pero no lo soy. Y estoy estresada. Y puede que use eso un poquito de excusa para acercarme a Leo.

Eso y que hasta que vuelvan esas bestias gigantes no podemos marcharnos hacia el faro.

Me duele todo el cuerpo y me arde bajo los ojos, y creo que me he quedado demasiado tiempo plantada en el jardín, reflexionando sobre las palabras de Sabrina, porque ya es totalmente de día. Me escuece cada segundo que pasa y no estamos yendo a salvar a Cris, pero tengo que reconocer que hemos ganado muchísimo tiempo gracias a Leo.

Ya se lo he agradecido pero siento que no ha sido suficiente, así que carraspeo cuando entro en el salón.

Nana está durmiendo en el sillón de al lado de la chimenea y me parece una estampa bastante adorable para una señora tan huraña. Leo alza la vista para mirarme, con su calma de siempre, y se pone el dedo índice en los labios. Luego se levanta impulsándose con ambas manos y me hace un gesto con la cabeza para que le siga.

Nos escabullimos a la cocina y el chico cierra la puerta con cuidado.

—Nosotros tenemos que estar alerta, pero no veo por qué ella no puede dormir. A su edad...

—Sí, claro. Lo entiendo.

El silencio se vuelve raro, denso. Su esencia da un par de vueltas sobre sí misma, como si también estuviera intranquila. Vuelvo a carraspear, aunque me digo que como no pare de hacerlo va a pensar que me pasa algo en la garganta. Y en ese caso, no sé cómo le explicaría ese nudo que se me forma ahí cuando él me mira. Sobre todo si es con esta preocupación que se le planta en las facciones.

—Quizás tú también deberías dormir, Lara. Te necesitamos con todas tus fuerzas.

—Dormiré cuando Cris esté a salvo, conmigo —niego, muy seria aunque con cuidado de no levantar demasiado la voz.

Ladea la cabeza y me observa. O más bien, me estudia. Me doy cuenta de que ahora, después de hacer el Ritual juntos, ya no tenemos problema en mirarnos a los ojos.

—Lo sé —susurra entonces, con voz grave.

Y creo que quiere añadir algo más, pero nunca llega. Así que suspiro, con el peso de todo lo que está pasando sobre los hombros.

—Quería agradecerte de nuevo tu ayuda. Yo... estas horas, días incluso, que estamos ganando, lo significan todo. Si al menos puedo hacer esto por ella, no me sentiré tan inútil.

La frustración se me escurre de las palabras y me doy cuenta de que estoy apretando los puños, así que me fuerzo a respirar y a restregarme las palmas contra los costados del jersey fino que mi madre me ha obligado a ponerme al salir al jardín. Porque una va a cumplir veinte años pero su madre sigue siendo su madre.

—Lara, no eres inútil. Literalmente eres la única que está haciendo algo de provecho, no solo para salvar a tu amiga, sino para la humanidad —Su tono de voz es grave, y siento que busca mis ojos, pero no soy capaz de devolverle la mirada—. Apenas llevas cinco minutos en esta parte del mundo y ya has hecho más de lo que tu cuerpo te permitiría. Eres todo lo contrario a inútil. Eres valiente.

Esa palabra. Nunca nadie se había referido a mí así. Tampoco es algo que yo me haya considerado nunca, así que actúa como un resorte que levanta mi cabeza de manera automática. Cuando me recibe el negro de sus ojos, por un momento me siento en casa.

E inmediatamente después, como la peor persona del mundo.

Trago saliva.

—Aún así, no me parece suficiente. Cuando vayamos, no quiero ser una mera espectadora. Si pudiera... —Alzo las manos para observarme las palmas, con el ceño fruncido, y de repente, ahí está la idea— Leo, ¿te acuerdas... te acuerdas de cuando te congelé? En mi habitación, cuando viniste y yo me asusté pensando que eras mi madre.

Invocadora [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora