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Cuando cierro la puerta tras de mí, me encuentro de bruces a Nana, que parece haber estado esperándome, quién sabe por cuánto tiempo. Doy un respingo y frunzo el ceño de manera instintiva.

—¿Está bien?

Asiento.

—Ha salido perfecto. No ha sido tan fácil como las otras porque... bueno, por lo que siente por mí. Es difícil no verse influida por eso. Pero no ha habido ningún problema, el dolor es a una escala aceptable y ahora está intentando dormir.

Frunce los labios antes de asentir ella también.

—¿Te pasa algo, Nana? —No puedo evitar preguntar.

—No le leas las emociones a tus mayores, niña— espeta, aunque en tono bromista.

No obstante, no ha sido su esencia la que me ha delatado su preocupación, sino su mirada. Aunque si dedico apenas un segundo a estudiarla, puedo detectarla también a través de ese vínculo que nos une.

—Tengo que hablar contigo —confiesa al final, y me agarra del brazo para guiarme hasta el fondo del pasillo.

Abre una puerta de madera oscura y nos adentramos en lo que pronto descubro como una especie de estudio antiguo.

Dos butacones robustos y gastados se colocan frente a una chimenea apagada, y detrás se alza un escritorio bastante grande cubierto por una sábana de color beis. Las paredes están totalmente recubiertas de libros de todos los tamaños y colores.

—Aquí venía mi marido a trabajar —explica cuando nota mi mirada recorriendo la estancia— O eso decía él, aunque yo sabía que se pasaba el día leyendo. Usaba esta sala cuando ya no podía más del mundo exterior, o cuando se hartaba de mí.

—¿De ti?

Ella se carcajea por un momento, como si se esperara esa reacción.

—No te sientas mal por eso, Lara. Yo, a veces, también me hartaba de él. En esos momentos me dedicaba al cuidado del jardín. Eso me relajaba. Y cuando nos echábamos de menos, volvíamos el uno al otro. Era nuestra forma de querernos. Cada pareja tiene la suya, supongo.

Otra vez ese sentimiento. Esa nostalgia empapada de dolor. Consigo bloquearlo, aunque con dificultad, y no puedo menos que asombrarme de estar empezando a adquirir esa habilidad. Supongo que será por supervivencia.

De todas formas, prefiero que vayamos al grano y que ella se centre en algo que no sea en su pérdida. Por el bien de las dos.

—¿Qué tienes que contarme?

Si ya antes de todo esto llevaba mal el no enterarme de las cosas, en esos momentos me saca de quicio cualquier secreto que puedan estar ocultándome. ¿Qué más no es como pensaba? ¿Qué trozo vital de información me lanzará como una puñetera bomba cuando menos me lo espere?

—Más que contarte, es advertirte —Su expresión se torna seria de golpe—. Los Tigara y los Wolfgang están a punto de llegar. Será cuestión de días que se presenten en Azor, y a algunos de ellos deberé alojarles aquí, por una mera cuestión de protocolo. Que no te engañen las apariencias con ellos, Lara. Llevamos muchos años en esto, y no todos han sido amistosos.

—Sois gente complicada... —bromeo, intentando relajar el ambiente.

—Por supuesto —concede—, pero sabes que, además de por lo que representas, nosotros te valoramos también por lo que eres. Y mi nieto es tu pareja destinada. Eso te convierte en parte de nuestra familia. En nosotros puedes confiar pero en ellos... ten cuidado con ellos. Intentarán acercarse a ti por conveniencia. Ten en cuenta que eres la pieza más importante de una guerra que nos lleva implicando desde que nacimos.

Invocadora [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora