Capítulo 5:|Un total fracaso|

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Eva

Scott estaba sentado al otro lado de la puerta en una pequeña banqueta, vigilándome. Dentro de aquel horrendo lugar, se percibía un olor a humedad; las piedras estaban heladas, al igual que los barrotes oxidados. No pude dormir en toda la noche y tenía mucha hambre. Cada vez que veía a mi guardia alimentarse de su bolsa de sangre, mi estómago rugía y rogaba por probar un poco de aquello con lo que tanto me torturaba. Me volvía irreconocible, salvaje, fuera de control.

—Por favor, Scott, déjame salir —insistí por quincuagésima vez.

—Aunque quisiera, no podría. —Suspiró llevándose el pelo hacia atrás, peinándolo con sus manos. Luego, se levantó del banco y se acercó a la reja, dejándome ver su rostro pálido.

—¿Por qué me retienes aquí? Tú no quieres esto. Además, tengo hambre y necesito ir al baño. Hace frío y apenas tengo para taparme.

—Ya tengo suficientes problemas con mi padre. Si te dejo en libertad, yo tendré que pagar por mis actos. Eva, seré castigado de la forma más cruel que te puedas imaginar. ¿Lo entiendes?

Ahí comprendí que Scott, en realidad, no tenía interés en todo esto. Ojitos Claros solo estaba para obedecer órdenes y se volvía débil, vulnerable, ante las palabras de su padre. Él le temía mucho.

—Pero puedo ayudarte. Puedo hablar con Andrew.

—Aquí eso no te servirá. En esta casa, ninguna de las cosas se solucionan hablando.

—Scott, no eres malo, y prometo sacarte de este lugar para que no tengas que enfrentarlo.

—¿Crees que acaso estoy prisionero? Te equivocas, yo puedo irme y volver cuando se me antoje. Solo que, si abandonas el nido, no hay vuelta atrás. Como te habrá dicho Evolet, los Miracle están llenos de sorpresas; ellos pueden buscarte y encontrarte, o hacer tu vida miserable. —Miró a ambos lados del pasillo. Había escuchado un ruido—. ¿Qué te hace pensar que soy bueno?

—De acuerdo, no me voy a entrometer en sus asuntos. Aun así, lo único que necesito ahora es ir al baño, por favor.

—Tienes un balde justo al lado de tu cama. Me retiro por unos minutos y regreso cuando hayas terminado —señaló.

—Es que... es que es del dos.

—Tienes dos minutos para ir al baño y luego te traeré algo de comer aquí —contestó de mala manera.

—Gracias.

Caminé hasta el baño, por delante de él, mientras me guiaba con pequeños empujones en la cintura o señalando con su mano el camino. Se podría decir que no estaba muy lejos de donde me hallaba. Cuando pedí permiso para ingresar, una mujer adulta, demasiado adulta, salió de ahí y tropezó conmigo.

—Oh, hijo, no sabía que andabas por aquí —habló, y al darse cuenta de mi presencia, se sobresaltó—. ¿Quién es la muchacha?

—Eva Martínez, ¿recuerdas? —respondió—. Viene al baño.

—Un gusto —dijo dándome un apretón de mano sin que se lo pidiera—. ¿Y a qué se debe su visita?

—Asuntos de mi padre.

—Entiendo. Bueno —dijo al ver que no hay nada más que agregar—, si me disculpan, tengo deberes de la casa que hacer.

Cuando ingresé en el baño, aún quedaban algunas gotas de sangre dispersas sobre el lavado. Supuse que había matado a alguien o estaba comiendo y seguramente había buscado limpiarse para que sus hijos no la vieran. Eso me produjo asco, mucha repugnancia, porque solo había ido hasta allí por la extraña sensación que me recorría el cuerpo por mi estado y para encontrar la forma de escapar de esta mansión. Es por eso que mi mirada se desvió hacia el ventanal del baño. No era grande, pero la idea se me vino a la cabeza enseguida y quería intentarlo.

El regreso: Desvanecidos (Parte II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora